En el bar de Emilio he estado a salvo de cornetas, capirotes, cirios y tambores. No está cerca de ninguno de los itinerarios semanasanteros, y me alegro. Demasiada saturación, demasiada imagen de muerto y torturado, por más divino que sea, recorriendo las calles. Y demasiada televisión pendiente de unos desfiles que reflejan lo que mandan los poderes mediáticos: que ni hay tantos devotos, ni la fe mueve tantas montañas (económicas) como se manejan estos días.
Las cumbres de los Alpes dan paso al Monte de Getsemaní. La tragedia de Germanwings cede su espacio a la Pasión anual, con sus disfraces, con sus ritos, su parafernalia, su cachondeo y su miaja de hipocresía.
En la tele, entre paso y paso, se cuelan pocas noticias. Nos enteramos de que Rajoy aplaza la discusión de las estrategias seguidas, hasta después del 24M, fecha de comicios municipales y autonómicos.
Dice Nekane que es el avestruz que esconde la cabeza ganando meses a un liderazgo perdido. Responde Mario que no, que Rajoy atisba una leve recuperación electoral. Emilio afirma que así será. Y yo pienso que cuando Rajoy tiene que ver la realidad, se quita las gafas y no acierta a distinguir tres en un burro. Me regocijo pensando que lo que él prevé resurrección será desplome. Ignoro si lo mío es premonición o deseo expresado en voz alta.
Me imagino al Presidente despertando como Resucitado y me deprimo. Su vuelta a la vida implicará la muerte de miles de españoles. Unos, suicidándose tras ser desahuciados; otros, porque no podrán hacer frente a la sanidad privada, cuando el sistema público les niega la de todos por llevar mucho tiempo en paro; algunos, por la debilidad que da el hambre, hambre que afecta al físico y al psíquico ablandando cuerpos y mentes.
Se me antoja un esperpento que Rajoy resucite.
En la tele, al hilo de la fecha, veo imágenes del Resucitado de Zamora. Algunos lanzan tiros al aire y prenden petardos para festejar el acontecimiento.