"Imaginémonos que un nuevo habitante viniese a este nuestro mundo deseando conocer qué pasa por aquí, bien sea desde aquellas ciudades lunares, que Empédocles dice estar habitadas, bien de alguno de los innumerables mundos que imaginó Demócrito. Y, habiendo sido informado de cada cosa, oyera que hay un animal, admirablemente compuesto de cuerpo, que tiene en común con los brutos, y de espíritu, que ostenta la imagen de la mente divina, y que es tan noble y tan excelente que, aunque esté desterrado aquí, impera sobre todos los demás vivientes porque por su celeste origen se esfuerza siempre por alcanzar las cosas celestiales e inmortales; del cual tuviera tanto cuidado la divinidad eterna puesto que ni con las fuerzas de la naturaleza ni con las razones de la filosofía podría alcanzar lo que buscaba, que habría delegado a su único hijo para que trajera aquí una nueva doctrina. Después, tan pronto como hubo conocido bien la vida y aprendido los mandamientos de Cristo, desea ver desde una elevada atalaya lo que había oído. Cuando viera que los demás animales viven con probidad, de acuerdo a su especie y que se guían por las leyes de la naturaleza, que no desean nada sino lo que les dicta la naturaleza, y se diera cuenta de que un solo animal trafica, negocia, disputa, guerrea, ¿acaso no sospecharía entonces que aquel del que había oído hablar sería otro cualquier animal antes que el mismo hombre? Luego, advertido por alguien de quién era el hombre ¿averiguaría dónde podría estar la comunidad de los cristianos, que siguiendo las enseñanzas de aquel celestial Maestro ofrezca la imagen de la ciudad angélica?, ¿o quizá podría pensar que los cristianos habitan en cualquier parte más que en estas regiones en las que ve tanta opulencia, lujo, liviandad, fasto, tiranía, ambición, fraude, envidia, discordia, riñas, luchas, guerras, tumultos, en suma, todas las cosas que condena Cristo, es decir, una Hidra de Lerna casi mayor que la que pueda haber en todas las tierras de os turcos o sarracenos?"
Esta fábula podríamos leerla con un telón de fondo: las procesiones de Semana Santa. Está tomada de una obra de Erasmo, Dulce bellum inexpertis (Dulce la guerra para los que no la han experimentado). Es uno de sus "Adagios" que tengo traducido: un alegato furibundo contra la guerra, tanto la guerra entre cristianos, la que tenía lugar en Europa, como la guerra de la Europa cristiana contra el Imperio Otomano, que atacaba por el este y el sur. Podríamos trasladar la fábula desde el siglo XVI al XXI, quizá cambiando sólo algunas palabras: turcos y sarracenos por jihjadistas e islamistas. ¿Y lo que dice de los cristianos lo firmaríamos hoy?