OPINIóN
Actualizado 02/04/2015
Agustín Domingo Moratalla

Aunque los resultados de las elecciones andaluzas no sean extrapolables a otras comunidades, los barones autonómicos están sacando sus propias conclusiones. Después de ver los resultados de IU, UPyD y el PP en Andalucía, los cuadros de estas formaciones están utilizando una curiosa expresión en la que deberíamos fijarnos: nuestra "marca" está agotada, la "marca" está desgastada, incluso otras expresiones como nuestra "marca" ya no vende".

Esta asociación de un partido con una marca comercial es importante desde el punto de vista de la filosofía política porque hoy los jefes de los partidos se abandonan a los asesores de mercadotecnica electoral y terminan convirtiéndose en lo que llaman "líderes", aunque quizá deberíamos llamar frágiles figuras de porcelana comercial. Se ha visto cuando las bases y militantes del PP denuncian el arriolismo en el que han caído los dirigentes cuando se ponen en manos de las empresas de Pedro Arriola. Se ha comprobado cuando los seguidores de partidos como Podemos calculan milimétricamente la presencia de la marca en medios, los mensajes del envoltorio y, sobre todo, los lemas comerciales con los que hacer seductor el producto. Lo mismo sucede con el resto de partidos, lo vimos en el caso de UPyD, en las jugadas de tiralíneas mediáticos como la realizada por Pedro Sánchez para colocar a Ángel Gabilondo y lo estamos viendo en la consolidación de Ciudadanos.
 
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Si planteásemos la vida política en esta clave, la filosofía política debería ser sustituida por la mercadotecnia electoral y las creencias, valores o tradiciones deberían almidonarse arqueológicamente en el baúl de los recuerdos. Hubo una primera transformación hace varias décadas donde la filosofía política fue sustituida por la economía política y todos los sucesores de Schumpeter tenían claro que sin la focalización de las campañas en la ciudadanía económica era imposible una victoria. Ahora asistimos a una segunda transformación en la que arrinconamos los modelos de ciudadanía económica. Con ella, los jefes están obligados a tener muy pocas cosas claras, ni siquiera tienen que plantearse principios, acuden a lugares comunes donde se sitúan el adanismo indoloro, el buenismo incoloro y la insípida corrección política.
 
Es difícil que la primavera política que llega esté presidida por un verdadero debate de ideas. Sería una pena que los ciudadanos asistiéramos impasibles a un lamentable conflicto de marcas, productos y estrategias mercantiles, como si el reparto de papeles entre los actores de la representación política se tuviera que hacer al margen de los guionistas o el público. Las estrategias de marca son culturalmente necesarias pero éticamente insuficientes. Y no sólo porque los partidos gestionan ocasionalmente votos, sino porque -hasta ahora- parecía que vertebraban tradiciones, creencias y valores.

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