OPINIóN
Actualizado 01/04/2015
Redacción / David Martín Pinto

Le seguía una multitud de gente del pueblo junto con numerosas mujeres que lloraban y se lamentaban por él. Jesús se volvió hacia ellas y les  dijo: "Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos". ?  (Lucas 23, 27 ? 29)

El llanto de las mujeres de Jerusalén es el llanto de todos los tiempos, de millones de mujeres de antes y de ahora. Son esas mujeres que, tal vez hoy mismo, viven acosadas, silenciadas, violadas y destruidas por la fuerza bruta.  O por esa otra fuerza sutil e injusta que las hace invisibles, que las hunde en la categoría de la nada.  Mujeres que nunca serán valoradas a nivel social, cultural, familiar e incluso eclesial. Las nadie, las que no cuentan, las que nunca tienen y tendrán consuelo, las que viven en la absoluta soledad y desolación. Las que tienen que gritar en la desesperación para ser escuchadas........

Hay tantas, ¡Dios mío! ¡Cómo no recordar a Job!:  Sus días corren como una lanzadera y se consumen sin esperanza (Job 7,6) ¿Es qué es siempre Viernes Santo? ¿Tiene sentido tanto sufrimiento indecible?  Mujeres de Jerusalén no lloréis por mí... Son miles de mujeres que gritan ¡queremos vivir!

Mayte, que empezó a trabajar a los 14 años en un almacén de frutas y a los 48, con la crisis actual tiene dos empleos, uno de media jornada en una empresa de limpieza, y el otro cuidando a su hija mayor, Sara, con síndrome de Down y deficiencias graves de visión. Mayte como muchas mujeres españolas, se ha echado la familia y el cuidado de sus dos hijos a la espalda ?ella, además, sin el apoyo de una pareja-- y sigue adelante.

Mari Cruz de 43 años, indígena en Méjico DC. Trabaja en el servicio doméstico, maltratada por el padre, el suegro y el marido. Separada desde hace poco y con nueve hijos a sus espaldas, dedicada por entero a ellos y llegando con muchos apuros a final de mes.

Mónica de 42 años, que vive en Buenos Aires, está cansada de arreglar la puerta de entrada de su casa. Su marido ya se la rompió cinco veces. Pero más agotada está de denunciarlo sin resultado alguno, "realizó 18 denuncias en comisarías, en comisarías de la mujer, en fiscalías y en juzgados, por golpes y amenazas de muerte" ¿Será el futuro de Mónica como el de muchas mujeres, morir en cualquier calle cosida impunemente a navajazos?

Quisiera recordar aquellos versos de Pedro Casaldáliga:

Guarda (madre) tu soledad nuestros despojos

Y el claro de luna de tus ojos

el horizonte irrenunciable vemos.

También bendita entre las mujeres,

No tienes nombre, madre, pero eres

La tierra que somos y seremos

Una de las grandes miserias de la condición humana es no encontrar quién nos consuele en la desolación. Bienaventurados los que lloran porque serán consolados. Jesús en los momentos más críticos de su vida, en el camino a la cruz, llevó consuelo a las mujeres afligidas, y  un mensaje de esperanza para las que nada son y nada tienen.

Pero el consuelo de Dios no cae del cielo, pasa por compasión humana. Cada uno deberá ser consuelo para los otros, escuchando los sollozos de cada drama humano. El dolor compartido es dolor superado, porque aproxima los corazones y en el corazón de lo imposible surge la esperanza.

Así  nos lo recordaba Etty Hillesum, desde el infierno de los barracones de Auswitch, donde se entrega a la humanidad sufriente con total renuncia de su yo.  El (15 de septiembre de 1942) anota en su diario: "Amo tanto al prójimo, porque amo en cada persona un poco de ti, Dios. Te busco por todas partes en los seres humanos, y a menudo encuentro un trozo de ti. Intento desenterrarte de los corazones de los demás".

Uno conoce la intensidad de su vida por la profundidad de sus encuentros. Encuentros con Dios y encuentros con el prójimo. Las relaciones y los encuentros son el sabor, el color y la esencia misma del destino humano.

"Al final de la vida me preguntarán:

¿has vivido?, ¿has amado?...

y yo enseñaré mi corazón lleno de nombres".

  

(P. Pedro Casaldáliga)

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