OPINIóN
Actualizado 29/03/2015
Pastoral Universitaria

Como cada año, dos fines de semana del mes de abril tiene lugar la Javierada. Es una peregrinación que muchas personas hacen desde Pamplona hasta el castillo de Javier, que está a unos 50 km. Aunque lo más común suele ser que, los peregrinos que proceden de otras partes de España se unan los 8 últimos kilómetros, que van de Sangüesa al castillo, en los que se va rezando el Via crucis, por ser esta peregrinación en el tiempo de Cuaresma. A pesar de que la fiesta en que se celebra al jesuita San Francisco Javier es el 3 de diciembre, es más difícil ir en esa época del año.

Tuve la suerte de ir con un grupo de unas 20 chicas pertenecientes al movimiento juvenil Milicia de Santa María -fundada por un jesuita también, el Padre Tomás Morales-, que procedían de diferentes lugares (Madrid, Burgos, Ávila, Palencia ¡y hasta Corea del Sur!). El viaje desde Salamanca para ir a encontrarnos con las demás fue toda una aventura. Primero fuimos a Ávila, donde cogíamos el bus en el que más tarde, desde Madrid, iríamos todas hasta Burgos, donde hicimos noche los dos días.

El sábado salimos bastante temprano desde Burgos, el viaje fue genial, tuvimos tiempo de hacer de todo un poco: cantar, reír, rezar, ver el paisaje? Y cual fue nuestra sorpresa al ver los diferentes estados por los que iba pasando el tiempo: primero, sol; algo de lluvia después, hasta que, al llegar a Pamplona, nos cayó una buena nevada. Por suerte íbamos en el bus y no nos pilló.

Comenzamos a caminar a unos 13 km del castillo, aunque mucho antes habíamos visto ya varios grupos de valientes peregrinos caminando al lado de la carretera, que no se dejaban intimidar por las inclemencias del tiempo. Paramos a comer y después nos unimos a gran cantidad de caminantes para rezar el Via Crucis todos

Una vez que llegamos al castillo de Javier, tras subidas y bajadas, nos quedamos en la explanada que hay delante para celebrar allí la Santa Misa que celebraban varios obispos. Al terminar nos apresuramos para entrar a visitar el interior del castillo y, las más rápidas pudieron ir a la capillita que hay junto a él, donde daban a besar una reliquia de San Francisco Javier, el gran apóstol del Japón.

De experiencias así lo que uno saca es que la vida es como ese camino que se recorre poco a poco. Unas veces cuesta arriba, otras, cuesta abajo. Siempre es más fácil recorrerlo con buenos compañeros de viaje, que le animan a uno a seguir andando, aunque si por uno fuera ya se habría parado. Y, al fin, cuando menos te lo esperas, ya has llegado, obtienes la recompensa por el esfuerzo del camino, en este caso, ver el castillo en el que se encuentra el Cristo sonriente de Javier, celebrar allí la Misa. En el de la vida será llegar al cielo.

Marisa Pro Velasco desde la Pastoral Universitaria de Salamanca

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