Uno de los misterios del ser humano es el mero hecho de soñar, y es que en el momento de la vigilia el inconsciente se libera y viaja.
Los sueños siempre han sido objeto de estudio. Algunos hablan de la capacidad premonitoria de estos, capaces de prever situaciones inminentes como desgracias personales o la muerte de seres queridos, es curioso además que siempre tienden a interpretarse desde una visión negativa y funesta.
Sin embargo, son muchos los que relacionan este trance con la visita a nuestro yo más profundo, a esos mundos en los que la lógica deja de existir y nos encontramos ante el surrealismo en su total esplendor.
Y justamente hoy os invito a acompañarme en uno de esos viajes? Solo un requisito, no busquéis el sentido?
Era tarde y el sol caía en poniente? El olor a salitre inundaba mi nariz con la misma intensidad que una caracola a escasos milímetros. El mar me acompañaba en el trayecto.
Entonces vislumbré ante mí un edificio de proporciones abismales, pero no era de esta época, ni de ninguna, ese mundo nunca había existido.
De repente, me encontré en una sala del último piso, y los ventanales, abiertos al aire libre, me ofrecían una magnífica vista de aquel paisaje marítimo tan peculiar, tan onírico. Y entonces apareció.
Una joven vestida con un camisón blanco entró en la habitación con ojos distraídos. Tras ella, varios personajes de aspecto grotesco se adentraron en el cuarto, invadiéndome de ese pánico tan profundo que sólo en los sueños consigue alcanzar tal intensidad?
Entonces nos fuimos, y vestidos con trajes de satén nos deslizamos como si flotásemos por aquellos corredores que descendían al mar, con la única seguridad de unas barandillas decrépitas y roídas por la humedad. Nadie más que yo parecía ver el peligro.
Al llegar abajo, una mujer se acercó a mí y me abrió los brazos desde atrás como si fuera un ángel. Juntas, saltamos a cámara lenta y nos adentramos en el mar, protagonizando una escena digna de un cuadro prerrafaelita.
Y con las últimas pinceladas, desperté de la vigilia.