"País de borregos, tenemos lo que nos merecemos"
Ésta es una de las muchas frases lapidarias que los partidarios de Podemos han sembrado por las redes sociales desde que se conocieran los resultados de las elecciones andaluzas. Un insulto en toda regla que no solo va contra los ciudadanos de pleno derecho, sino también contra la mismísima democracia.
Para los enfurecidos podemistas, quien no les vota a ellos es un borrego. El argumento más sólido que tienen es que su amado pueblo no se molesta en "informarse", y no vale que se les diga que sí está informado, no, ellos insisten en que esa información que tienen los que no les votan es porque solo leen el ABC y se dejan influir por los vídeos manipulados de la propaganda antipodemos, y de los engaños de la casta PPSOE, o de intereses y miedos. Desinformados, fascistas, manipulados, en fin, borregos.
Cuando un partido político no admite que los votantes tienen opinión propia, diversa y libre, se define a sí mismo como dictadura, al no aceptar la diversidad de pensamiento y el ejercicio pleno de la libertad.
Hay que educar al pueblo-dicen.
Pues bien, la educación empieza por uno mismo, señores, y no se puede salir a la palestra con esos malos modos y faltando al respeto a los que no comulgan con sus ideas y no les quieren votar.
Deberían analizar, en lugar de atropellar, por qué la mayoría no les quiere como dirigentes, a lo mejor se dan cuenta de que la prepotencia y el insulto no sirven más que para provocar rechazo.
Se vinieron arriba al ver sus mítines rebosantes de gente. Claro que sí, cuando esas gentes acuden a sus mítines, se están informando, y cuando acuden a los mítines de sus oponentes políticos, también se están informando. Luego deciden a quien votan.
Después de este varapalo podrían tomar nota y en lugar de recurrir al insulto fácil, deberían bajarse del pedestal y hacer un ejercicio de humildad, que será también un ejercicio de sabiduría sin duda alguna.
Y otra cosa de la que ellos sí que deberían estar informados:
Los españoles somos unos cachondos, gastamos bromas hasta cuando en las encuestas nos preguntan nuestra intención de voto.