Las amapolas se desangran en la noche
y extienden con el alba sus capotes granates.
Las flores se insinúan con su danza
a los insectos locos que,
hartos de volar,
se entregan a sus bocas.
Así es como tus manos me seducen
y acarician mi piel entre las sábanas.
Lejos del mar y nuestros cuerpos
los lobos de la luna
afinan sus aullidos
y el sol que todo lo empapela
por la tarde
me dice que estás triste.
¿Recuerdas la estación en que llegué
a quererte?
Estabas recostada en una acera
temblando
como un niño de tres años,
como un loco de atar
lleno de cables y electrodos.
Nadie te amó con tanto frío,
tan abrazado a ti y a tu pasado,
nadie te prometió volar
más allá de la muerte,
más allá de los lobos,
más allá de la luna.