OPINIóN
Actualizado 12/03/2015
Agustín Domingo Moratalla

El hecho de que periódicamente renovemos a quienes nos gobiernan es un signo de salud social, una prueba de que nuestra democracia funciona. Ahora bien, cuando toda la vida social, política y cultural está condicionada por las agendas electorales, entonces descubrimos una enfermedad nueva que podemos llamar neurosis electoral. Es fácil realizar el diagnóstico de esta patología porque el cortoplacismo cerebral, la irritabilidad emocional y la hiperactividad mediática inundan la agenda social.
 

Hay un primer nivel informativo donde comprobamos que los medios de comunicación dejan de lado lo importante para dedicarse únicamente a lo urgente. Los candidatos, las encuestas, los debates, los programas, los balances y toda la agenda de las empresas de la información o comunicación gira en torno a los tiempos electorales. No sólo se produce una alteración de la personalidad en las huestes de los candidatos sino entre los profesionales de la información que buscan día y noche un afilado titular con el que demostrar compulsivamente su profesionalidad.
 
Comprobamos la existencia de un segundo nivel administrativo en la excesiva dependencia que la administración pública tiene de los tiempos electorales. El ritmo lógico de los actos administrativos no muestra el orden saludable de cierta maduración técnica sino la presión política de partidos, asesores y altos cargos. Las unidades administrativas muestran cierta esquizofrenia organizativa porque en los mismos despachos coexisten dos mundos. Por un lado, el limbo de los técnicos, situados más allá del bien y el mal. Por otro, el barro de asesores y cargos de partido que tienen las manos manchadas en las ruedas del carro de la historia.
 
Hay un nivel civil que exige vigilar las fiebres que se producen al reorganizar en clave de partido la vida socio-cultural. La aparición de nuevos partidos en el escenario electoral está incentivando una agitación de lealtades, cierta administración de la envidia y, cómo no, una gestión indolora de las traiciones. La anticipación de las elecciones en Andalucía será muy útil para saber, de verdad, quiénes son "los nuestros". Las expectativas de mayorías frágiles y el horizonte de ingobernabilidad augura identidades líquidas disponibles en régimen de alquiler.
 

Por último, hay un nivel existencial y personal dramáticamente afectado por la neurosis electoral. Los candidatos y sus equipos son despojados de su condición humana y mortal para convertirse en personajes mediáticos del olimpo electoral. Son días con nervios a flor de piel, agresividades incontroladas y, sobre todo, desequilibrios emocionales, donde la hiperactividad incrementa la irritabilidad. Un tiempo complejo que pone a prueba la madurez personal, familiar y profesional de los candidatos porque están, demoscópicamente sometidos, al imperativo despiadado de la autenticidad.

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