Un Consejo de Guerra resecó a los "úmedos" que trataban de humidificar la sequedad de la dictadura.
Al hilo de la revolución portuguesa de los claveles, un grupo de jefes y oficiales formados en las academias militares del franquismo, decidieron jugarse las estrellas por el pueblo español arrojándose a la piscina democrática, sabiendo que la dictadura había quitado el agua de ella y el golpe sería inevitable, con fracturas históricas todavía por cicatrizar.
Tal día como hoy del año 1976 se inició en el madrileño recinto militar de Hoyo de Manzanares el Consejo de Guerra contra nueve oficiales del Ejército pertenecientes a la Unión Militar Democrática, acusados de haber intentado democratizar el país, con proyectos tan viciosos como elaborar una Constitución, restablecer las libertades, imponer los derechos humanos, luchar contra la corrupción, mejorar las condiciones de vida de los españoles y reformar la Justicia Militar, entre otras excentricidades de aquellos traidores.
Por su atrevimiento, los nueve "úmedos" fueron condenados a cuarenta y tres años de cárcel, y siete de ellos expulsados del Ejército, consolándose todos con recibir la bendición del padre Llanos que colaboró en el maquiavélico plan de tal organización militar clandestina, antes de comprometerse proféticamente en el Pozo del Tío Raimundo con mi querido amigo Tomás y su Forja compartida.
Declarar en 1974 principios democráticos tuvo sus riesgos en una dictadura, pero más grave es la ingratitud de un pueblo que ha condenado al olvido más hermético al grupo de militares a quienes despojaron con insultos del uniforme por defender derechos ciudadanos que hoy disfrutamos.
Arrinconando en la memoria han quedado los condenados: Otero, Ibarra, Valero, Lago, Consuegra, Fortes, Reinlein, Márquez y Cillero, con quienes mantenemos los ciudadanos una deuda que debemos saldar, más allá de la Cruz al Mérito Militar y Aeronáutico que recibieron del Ministerio de Defensa en 2010, al ser encarcelados, juzgados, condenados y expulsados del Ejército, por intentar la causa más justa que desearse pudiera en tiempos de negrura.