OPINIóN
Actualizado 07/03/2015
Jorge Moreno / El Norte de Castilla

Copa del Rey. Del deporte rey, el fútbol, se entiende, y del rey de España, con perdón. Dícese de la competición que juegan todos los equipos de Primera, todos los de Segunda y algunos de Segunda B y Tercera, cada uno a su ritmo, con sus sorteos condicionados y calendarios de incógnito en frías noches de miércoles de otoño e invierno, con los estadios semivacíos, de tal modo que, a ser posible, proezas como la del humilde Mirandés en 2012 sean infrecuentes. Dícese también de ese campeonato cuyo campeón no juega la Liga de Campeones. Y dícese del torneo cuya final suele tener por preámbulo una sonora pitada al himno de la Nación en presencia del Jefe del Estado, suceso que sólo podría ocurrir en España, con perdón.

 

Esto de la pitada al himno puede pasar si juegan la final el Athletic o el Barcelona, por poner ejemplos recientes. Si enfrenta a ambos, como este año, la pitada es monumental y eclipsa el saber estar de parte de las dos aficiones, de las mayores en número de seguidores y peñas por toda la geografía nacional. El porcentaje de groseros y maleducados dentro del nacionalismo vasco y catalán no debe ser muy diferente de la media española, tampoco en esto son distintos (Inciso: varios cientos de paisanos pitaron el himno lituano en 2010, cuando la Selección recibió a los bálticos en Salamanca; en la final de la Eurocopa de 1964, jugada en España, se aplaudió el himno rival? y era el soviético). Eso sí, los nacionalistas vascos y catalanes corteses y educados, al ser preguntados por las pitadas, siempre hablan más de ¿libertad de expresión? que de respeto. Les pierde el culto a sus deidades nacionales.

 

Ya que tenemos pitada asegurada, nuevo rey en el palco, y esta vez, por fin, fecha fija (¡y no en medio de la Semana Santa!), falta encontrar estadio para la final, otro clásico en estas fechas, porque rara vez se sabe el campo del partido decisivo al comienzo de temporada. Se supone que el Real Madrid, visto el deseo de los finalistas de jugar en el Bernabéu, encargará una nueva y nunca definitiva reforma de sus cuartos de baño. Seguramente terminará disputándose en Mestalla, para regocijo de la hostelería valenciana, aunque San Mamés o el Nou Camp tampoco serían malas opciones. El miedo supersticioso a perder en casa evita esta elección, ideal para al menos una de las dos aficiones, que se ahorraría el viaje. Neutral es cualquier estadio una vez que la grada se reparte a medias. Que se lo digan al Atlético, especializado en ganarle finales de Copa al Real en el Paseo de la Castellana.

 

Mientras tanto, algunos estadios españoles, como el Olímpico barcelonés de Montjuic o el mal llamado Olímpico sevillano de La Cartuja, duermen sueños de goles, ya que ningún club los tiene por casa. También nuestro Helmántico, herido ya de muerte su verde tesoro, escenario de aquella semifinal de la primera Copa del Rey Juan Carlos I, allá por el año 1977, cuando el Athletic nos privó de una final contra el Betis en el Manzanares, la que pudo ser "la Copa de la Unión".

 

Fotografía de Juan Carlos Díaz

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