OPINIóN
Actualizado 07/03/2015
José Luis Cobreros

Justo es reconocer que la ignorancia hundió durante largos siglos la condición del hombre en un medio oscuro, nutrido de superstición y abandono.

El avance en el conocimiento, favoreció la investigación a todos los niveles y acercó a la realidad humana una cultura diferente; un saber cercano a los hechos, capaz de explicar diversas manifestaciones hasta entonces desconocidas.

Esta consecuencia, tuvo un efecto directo en la evolución del pensamiento. Pues, cambió de forma radical, respecto a situaciones consideradas en aquella época manifestaciones de los Dioses. El hombre avanzó lo suficiente para percibir de forma inequívoca las reacciones de diversos agentes del medio natural y, cuando descubrió la causa de esos sucesos, dejó de ofrecer sacrificios a la Divinidad.

El avance en el conocimiento científico, propició la fuga de los Dioses; unidos al espectro humano durante mucho tiempo. Las personas aprendieron a razonar con mayor precisión y percibieron, nítidamente, sus posibilidades de dominio sobre el medio sin el auxilio de la religión.

Extrapolando aquella situación a nuestro tiempo, el Dios de los Cielos, lugar en que constantemente le situamos, pudiera quedarse sin su feudo en el presente siglo. Pues, nuestra galaxia, vaciada de todo misterio, no sería morada apropiada para un Dios soberano, sostenido en las alturas por nuestra estrechez de miras o, arrinconado en la conciencia, como algo que perdió vigencia.

Las religiones, no han sabido responder a las expectativas humanas desde ángulos apropiados. Demasiadas veces, las autoridades religiosas, han ocultado con velos de sombra y misterio el espíritu de la religión. Entre otras razones, por no saber trasladar el contenido de sus enseñanzas a la realidad de cada tiempo. Hoy, ya no son creíbles las verdades proclamadas ayer; esas  que sirvieron, fundamentalmente, para generar temor y servidumbre durante largos periodos de tiempo.

 Sin embargo, nada permanece estático en la realidad en que nos movemos. Todo evoluciona hacia su estadio superior. Así, la madurez del pensamiento, da un salto cualitativo y permite a los humanos interpretar la propia existencia desde ópticas diferentes y a través de variables mejor configuradas.

Hoy abordamos el concepto de Dios de manera diferente. Le llamamos Padre, con una confianza absoluta, por que asimilamos mejor los criterios del amor. Entendemos que, ese Dios lejano en la conciencia, acaso tenga nombre y apellidos. Por que, no es posible  amar a Dios por medio de imágenes, o a través de las  ideas. El verdadero amor se sustenta en la conducta; son nuestras acciones, las que marcan la distancia que nos acerca o nos separa de Dios.

Esta realidad, eleva al género humano a la máxima altura; por encima de todas las doctrinas proclamadas por las religiones. Las personas reflejan la imagen más auténtica de Dios; la semejanza más fiel que se puede concebir.

Cada uno de nosotros albergamos la semilla de Dios. No olvidemos que, las verdades esenciales, se descubren en solitario, independientemente de los credos que proclaman distintas religiones. El ser humano es el único templo elegido por Dios para vivir.    

 

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