OPINIóN
Actualizado 06/03/2015
Eugenio Sánchez Redondo

   Un grupo de amigos decidimos que la mejor manera de ganarle el pulso al tiempo era compartir "momentos".

   Así nacieron los Rusos, por el viaje realizado a Moscú y San Petersburgo, cuando el trabajo aún no faltaba.

   La sensación al volver fue de inmensa tristeza, no por nosotros, locos españoles hablando alto, riendo sin escrúpulos.

   Caras inexpresivas, atuendos grises, ancianas somnolientas vigilando el museo Hermitage. Ingenieros malvendiendo sellos, poblados chabolistas a ambos lados de la carretera.

   Ricos, pobres y miseria. Las ciudades están por encima de las posibilidades de sus gentes.

   El hotel, de lujo, incluso con piano en una de las habitaciones y la bolera con una pareja moscovita celebrando cada pleno con un cachete en el culete (con perdón). La comida mediterránea no pasa por esos lares, pero llevábamos los "archivos de Salamanca", ese jamoncito en lonchas sabe pero que muy rico en un vagón que recorre unos 650 kilómetros para alcanzar San Petersburgo.

   ¿Qué visitamos?, todo lo que pudimos, una de las guías nos describió una cruda realidad y el otro nos vendió las bondades de su tierra. En la época de nuestra visita también había controles por amenazas terroristas y pasamos en multitud de ocasiones por arcos de "triunfo".

   Por supuesto si eres capaz de sacar el billete de metro sin hablar ruso, merece la pena perderse en los laberintos y bajadas al infierno por la escaleras mecánicas, espectacular.

   La plaza Roja, la catedral de San Basilio en Moscú, la Iglesia de San Salvador sobre la sangre derramada, el palacio de Petergoff, (su pequeño gran Versalles).

   ¿Volver?, habría otras opciones que narraremos en próximas columnas.

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