OPINIóN
Actualizado 04/03/2015
Manuel Alcántara

Uno de los aspectos más sensibles en cualquier cultura reside en la separación entre lo público y lo privado. Se trata de una exquisita diferenciación que se va construyendo a lo largo del tiempo. Un equilibrio delicado entre expresiones grupales, donde la manada busca la protección de sus miembros, y actitudes individuales en las que los seres hacen por encontrar un espacio para su intimidad. La tensión entre lo general y lo particular, entre el espíritu colectivo y la conciencia propia configura un debate permanente enriquecido con retroalimentaciones mutuas. A veces lo individual es liberador, en ocasiones puede ser la ruina; en algunas circunstancias lo colectivo es castrador mientras que en otras es la apuesta necesaria para la evolución.

Contemplo una playa enorme donde la bajamar ofrece por unas horas un espacio aun mayor. Terrenos de juego rústicamente marcados con una simple raya sobre la arena se siguen uno detrás de otro hasta perderse donde mi vista alcanza. Cientos de jugadores disputan partidos con gran fervor y dedicación que ratifica el dicho manido del fútbol como deporte popular. Alejado de las bambalinas del espectáculo de consumo mundial en que se ha convertido esta playa brasileña supone la reivindicación del deporte rey con sus raíces, pero es también algo más, es la apropiación temporal del espacio público para que grupos de individuos -porque esa es la grandeza del juego de equipo- gocen colectivamente.

Ahora miro una foto que está enmarcada en un sitio diferente. Un lugar cerrado en un templo de culto por excelencia de la música que denominamos clásica. El extraordinario evento es el estreno mundial de El Público, una ópera basada en el texto de Federico García Lorca. La imagen muestra un gong en el palco real del coliseo madrileño que durante décadas y aun estando cerrado se le conocía más prosaica y popularmente como "Ópera". Me dicen que ese egregio palco casi nunca está ocupado. Se conoce que no hay miembros suficientes de esa gran familia para atender un lugar público que graciosamente se privatiza de forma permanente aunque sea para quienes ejercen relevantes funciones simbólicas de nuestro Estado. Ahora, y quizá como homenaje a Federico, el gong reemplaza a las ilustres sillas, su potencial sonido activado con el golpe de una maza reemplaza al vacío de otras muchas sesiones, como los gritos de los futbolistas de pies descalzos apagan los chillidos de las gaviotas.

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >El espacio público