OPINIóN
Actualizado 28/02/2015
Jorge Moreno / El Norte de Castilla

Salamanca no tiene, de momento, "Santa Cena". Tuvo y dejó de tener "Coronación de espinas". Yacente sí tenía, y como más de uno entendía que no tenía ninguno, terminó por tener tres. Pero hay un paso que en Salamanca no puede salir porque no procesiona sino que se dramatiza, porque no lo forman sólo tallas de madera a modo de imágenes sagradas sino que los cofrades tienen parte decisiva en el conjunto, en el papel de los santos varones José de Arimatea y Nicodemo. El paso más antiguo de la Semana Santa salmantina no va en andas ni sobre ruedas, no conoce más que una calle, el Paseo de las Úrsulas, pero su limitada perspectiva se encargaron de ampliarla llevándolo por varios marcos incomparables de la ciudad.

Es un paso de cuatro siglos, formado por tres cruces, tres condenados a muerte y tres corazones traspasados de dolor, que sólo se deja ver tres horas, entre la sexta y la nona del Viernes Santo. Es un paso al que se sube por una escalera y del que se baja por un blanco lienzo, y que se sublima de tal modo que cabe luego en la urna acristalada que contiene el Amor llevado al extremo. Es un paso que no sale en las guías de itinerarios procesionales y que muchos jamás han visto, algo que puede remediarse hasta el domingo 15 de marzo en la Capilla de la Vera Cruz, donde se ha expuesto con motivo de su 400º aniversario.

El Viernes Santo, desde el mediodía, volverá a lucir en su inmóvil carroza procesional del humilladero del Campo de San Francisco, para que Aquel que es reconocido como Nuestro Bien sea descendido de la Cruz y puesto en el Santo Sepulcro, como cada primavera desde 1615.

 

Fotografía de Alberto García Soto

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