OPINIóN
Actualizado 28/02/2015
Eusebio Gómez

Caminar es saludable, siempre que se pueda. Y el mundo está roturado de caminos que cruzan como latigazos la piel del planeta. Caminan los que emigran buscando mejores condiciones de vida; caminan los peregrinos por motivos diversos; caminamos para mantenernos en buena forma física; caminamos al pasear por nuestros parques y ciudades. Y el día que tenemos que coger el bastón, nos damos cuenta de que caminar es parte del aprendizaje de la vida, un signo de libertad y todo un placer.

A Teresa, nuestra Teresa, le gustaba caminar. Su vida se abre a nuestros ojos con el episodio infantil de la escapada a tierra de moros. Un episodio real y simbólico, del Camino que Teresa hará al andar (vivir) y al morir (la oyen decir: "ya es llegada la hora deseada, tiempo es ya que nos veamos, Señor mío, ya es tiempo de caminar").

Mujer andariega por todos los caminos, nunca camina sola. En su infancia fue su compañero Rodrigo, su hermano, en su madurez serán los hermanos y hermanas que siguen sus pasos, y finalmente, cuando muera, será ese Señor que a sí mismo se definió como El Camino,  quien se convierta para ella en compañero de viaje, en el viaje mismo y en la meta.

Y aunque el camino tiene sus peligros y caminar cuesta como poco "no parar hasta llegar a la meta (el final de la vida), pase lo que pase, cueste lo que cueste, les parezca bien o mal a los demás, aunque nos muramos en el empeño, aunque nos cansemos y?¡aunque se hunda el mundo!", merece la pena soportar las incomodidades y peripecias que en él se encuentran.

El equipaje es liviano, pero fundamental: "amor de unas con otras, desasimiento de todo lo criado (libertad) y verdadera humildad" (C 6,1). El amor a todos los que caminan junto a nosotros para hacer livianos los choques inevitables, y dejar que aflore la amistad. La libertad que otorga estar enamorados de Dios y mirar el afecto por las cosas con distancia y respeto. Y la humildad, que es la verdad, o sea el reconocimiento de que no somos ni mejores, ni superiores a los demás. No hace falta mucho más en la mochila. Es cuestión de certezas, deseos y propósitos.

Y mientras caminamos (vivimos) vamos haciendo la ruta del Padrenuestro, acercándonos cada vez más a la última parada, esa que en la petición orante suena como: "líbranos de todo mal", esa que es sinónimo de Felicidad, de Bienaventuranza, de dicha, de gozo. Esa que es encuentro, y abrazo, descanso y fiesta. Esa que es "llegar a casa".

Tenemos que aprender a andar y a caminar como Teresa, como esta otra mujer y como Beppo, el barrendero del libro "Momo" de Michael Ende: un escobazo tras otro, sin premura, sin mirar constantemente hacia el final de la calle, esperando alcanzarlo pronto. Sólo un paso cada vez. No hay ni un paso antes ni un paso después; hay solamente el "ahora" de este paso, que se va convirtiendo en el ahora mismo. Es el primero y el último a la vez.

En este camino hacia Dios abundan las pruebas y caídas (1P 1,7) las grandes privaciones (1Co 9, 24-26) y el hacerse violencia (Mt 11, 12).  Pero en esta carrera el ser humano no camina solo,  Dios es su acompañante. " Es tiempo de caminar" dirá Teresa. Y lo es en cualquier etapa de la vida, sobre todo cuando parece que las fuerzas empiezan a flaquear. Dios nos da la vida en cada recodo del camino, en nuestro sufrimiento, en nuestra condición misma de peregrinos, en nuestros miedos y en nuestras horas de alegría.

Es tiempo de caminar en Cuaresma y en todo tiempo. Es importante creer de verdad que no caminamos solos. Dios camina con nosotros.

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