OPINIóN
Actualizado 28/02/2015
Ángel González Quesada

Como afectada por un terremoto de necesidad, de ignorancia, de miseria, de pereza y de enfermedad, la sociedad española, y no solo ella, se arrastra hoy penosamente en la raquítica celebración del corto plazo. Dinamitando con gran rapidez los derechos más fundamentales que hasta no más ayer permitían respirar normalmente (el trabajo, la justicia, la atención a los necesitados, la dignidad, la educación, la sanidad, la solidaridad, la confianza...), España se ha convertido en un mal patio de vecindad cuyas opiniones públicas, discusiones y preocupaciones están condicionadas (dictadas, dirigidas) por las necesidades de los millonarios prestamistas, los intereses del sensacionalismo informativo y el ánimo de plusvalías de los vividores del esfuerzo ajeno.

Aquella casi olvidada fórmula que, con el nombre de Estado del Bienestar, casi anteayer mal que bien redistribuía parte del dinero público para facilitar la vida a los ciudadanos, ha quedado arrumbada bajo otras fórmulas ('exigencias europeas', ' crisis', 'racionalización del gasto'), que han sido burdamente utilizadas para trasvasar aquel dinero del bienestar desde las manos de la ciudadanía a los cada día más repletos bolsillos de los prestamistas. Lo que puede parecer una excesiva simplificación de las aparentes complejidades de una crisis sistémica del funcionamiento social y un claro ajuste del capitalismo para mantener sus viveros de enriquecimiento, se aclara con una simple mirada a las cifras y niveles de pobreza, de correspondencia milimétrica con los aumentos de índices y cantidades de la riqueza.

Aquel 'bienestar', que contenía en sí mismo ciertos niveles de justicia distributiva, algunos rasgos de equilibrio social y no pocos recursos para la felicidad, durante los años de su vigencia fue incapaz de generar en la conciencia de la ciudadanía siquiera un inicio de 'bienser' ni de reconocimiento, es decir, que la conciencia del disfrute de muchos derechos hoy suprimidos fue obviada o, peor, tomada por muchos de sus beneficiarios como maná caído del cielo o derecho natural y consustancial a la identidad, y no como el resultado de una voluntad política de tipo moral decidida por alguien, cuyo mantenimiento precisó siempre de contenido ideológico y decisiones presupuestarias. Esa es la principal razón de que hoy, entre las mil y una protestas, justas reivindicaciones y lógicas peticiones de recuperación de la justicia distributiva, se observe un notable nivel de estupor e incredulidad por la desaparición de lo que demasiados, demasiadas veces, consideraron una especie de gracia divina.

El 'bienser' no sería sino una cierta capacidad de autorreflexión, de reconocimiento del lugar que cada uno ocupa en la sociedad y un ejercicio permanente del sentido solidario; exigiría cuestionar seriamente -y preocuparse de-,  no sólo las decisiones políticas de los gobernantes sino del valor y la preponderancia actual del gobierno de las encuestas y los periodistas, dar más importancia al análisis de la realidad y apoyar, participar y alentar los proyectos concebidos para mejorar la vida común. El 'bienser', que a diferencia del bienestar es creado por el propio individuo, exige la solidaridad, la igualdad y la justicia, la reflexión, la atención a lo que se vota y se exige, la información, la participación y el ejercicio de los derechos de ciudadanía, no sólo como peticiones o reivindicaciones, no como medallas ni palabrería y mucho menos como graciosas o arbitrarias concesiones, sino como consecución personal y postura ética individual. Aunque a algunos sólo les sirviera para no ser, otra vez, tomados por bobos.

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