OPINIóN
Actualizado 26/02/2015
Agustín Domingo Moratalla

Esta semana ha estado protagonizada por tres acontecimientos políticos relevantes. En primer lugar, la presentación en el edificio antiguo de la Universidad de Valencia de las propuestas que la Fundación de la Justicia ha realizado contra la corrupción. Propuestas avaladas por un nutrido grupo de profesores universitarios en activo que han decidido intervenir en la deliberación pública de este año electoral. En segundo lugar, el reconocimiento que las bases de la Federación socialista de Madrid han proporcionado al alunizaje propuesto por Pedro Sánchez para que el profesor Ángel Gabilondo acompañe en las listas al también profesor Antonio Miguel Carmona. En tercer lugar, la presentación del programa económico de Ciudadanos que ha realizado el profesor Luis Garicano.

 
Si a ello añadimos el protagonismo fundacional que algunos profesores universitarios han tenido en partidos como UPyD, como es el caso de Fernando Savater; o en partidos como Podemos, como es el caso de Juan Carlos Monedero o Iñigo Errejón, resulta  visible el protagonismo que las universidades desempeñan en los procesos de transformación política más inmediatos. Este dato debería tenerse en cuenta no sólo para la valorar la próxima gobernabilidad de las instituciones en los próximos años, sino para valorar las convocatorias de huelga que la comunidad educativa, universitaria incluida, prepara para las próximas semanas contra el decreto sobre planes de estudio del también profesor, y ahora ministro, José Ignacio Wert.  
 
No se trata de un fenómeno históricamente nuevo porque, sin necesidad de remontarse a las biografías de Platón o Nicolás Salmerón, nuestra historia política más reciente está llena personajes que han pasado de las musas al teatro. La novedad se encuentra en la percepción común que tienen de lo que Ortega llamaría hoy nuestra circunstancia histórica. Una circunstancia caracterizada por la corrupción, el desánimo cívico y cierta desmoralización social. Las sucesivas encuestas del CIS proporcionan datos suficientes para mostrar que la sociedad española necesita una inyección de moral patriótica que, por lo que parece, estos académicos están dispuestos a proporcionar.
 

También está la novedad en algo que no estamos percibiendo de una manera clara en los políticos de las últimas décadas: el factor vocacional. Estos profesores son profesionales de la universidad donde ejercen su oficio y donde, probablemente, volverán cuando termine su tormentosa travesía. Están dando una lección política interesante cuando nos muestran que es posible vivir para la política y no solo vivir de la política, es decir, que en la auténtica política hay un factor vocacional que nunca podrán anular los tecnócratas del poder. Quizá son conscientes de que a su conocimiento, su saber y su ciencia les ha llegado la hora de una patriótica responsabilidad.

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