OPINIóN
Actualizado 25/02/2015
Fernando Segovia

No he sido aguedero mayor. Ni quiero serlo. Creo no haber nacido para eso. Nunca he deseado ser partícipe de una fiesta así. Tampoco lo he visto ni deseado para cualquiera de las mujeres de toda mi vida. Aunque en un par de ocasiones me  haya visto forzado a soltar algo de mi bolsillo (en pesetas era) para la fiesta, ante la machacona insistencia de unas señoras talluditas y medio disfrazadas, que te paran en plena calle para atracarte (de forma benevolente, eso sí), entre risas y burlas, y sacarme algo la vergüenza.


            Entiendo lo difícil que lo debe tener un alcalde o un concejal que les entrega el bastón de mando simbólico ese día, y se tiene que echar el hombre un baile obligado (y bien zarandeado) con la aguedera más descarada de todas. Aunque se pueda decir que eso debe ir en el sueldo del político, claro. Y eso en pleno siglo veintiuno.
          

  También observo que la fiesta, tras unos años de cierto desvanecimiento, vuelve  a tener auge por aquí. Y me da pena. Y más pena me da que en las fotos de los medios locales aparezcan algunas mujeres jóvenes recogiendo ese testigo de fiesta discriminatoria. Pensaba que eso de manifestar "el feminismo tosco" un día al año comenzaba a periclitar, pero no es así. Creo que aún pueda tener vigencia por más tiempo. Todas esas fiestas de reivindicaciones sexistas tienen muy poco de elegantes y consideradas. Son un quiero y no puedo. Algo parecido a aquellas fiestas de quintos de mi juventud lejana (cuando los quintos sólo eran varones y las fiestas auténticas bacanales), de exageración  machista, de desmadre colectivo y borrachera, de pintar en la pared con las letras más gordas y más alto, de meadas con alevosía en el frontón y de cortar la cabeza a los gallos vivos a lomos de un caballo o un burro trotón. Era aquel (tal y como se planteara entonces) un ejercicio iniciático de machismo cerril. Y esto de ahora (y de antes) de conmemorar a la tal Águeda bendita con semejantes modos (y salvando las distancias), pues no deja de ser otra burda exaltación más, aunque sea esta de planteamiento contrario. Pero en la más pura esencia, acaban siendo más de lo mismo. Y que me disculpe el amigo J.F. Blanco que tanto pondera todo esto que concierne a la tradición.

 

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