OPINIóN
Actualizado 23/02/2015
Alfonso González

De los primitivos toreses, leoneses y zamoranos que levantaron esta iglesia románica en el año 1107, sólo queda la puerta norte con una fila adintelada de modillones bicheros y un solitario  león alado encima, que se está desmoronando de tristeza porque su compañero no vuelve desde que lo robara un noble en el siglo XVII para llevárselo a su finca de Ledesma.

     La fábrica parece un barco de piedra que se deslizara desde la Plaza Mayor hasta la Gran Vía, para allí enlazar con el arroyo de Santo Domingo y de un salto llegar al río.

    Si dejamos la puerta de babor, que no tiene pobre, y seguimos bajando hacia la proa, el mensaje inscrito en la pizarra del osario: "Los que dan consejos ciertos a los vivos son los muertos", nos devuelve a pedagogías románicas ya en desuso.

    De mascarón la iglesia tiene una urna con un altarcito olvidado a la Virgen de los Remedios, en el que antiguamente las viejas de la Plaza de Sexmeros hacían arder lamparillas en unos vasos de duralex llenos de aceite.

   Comenzamos a recorrer estribor de proa a popa y en el centro nos sorprende la puerta principal, últimamente sin pobre,  que tras un estudio simple recordamos que fue construida a finales del siglo XVI como tantas iglesias pueblerinas de esta zona.

    Nada más entrar ratificamos el pensamiento; está es la iglesia de uno de los pueblos de Castilla la Vieja, con el mismísimo San Roque polvoriento, con el perro, la calabaza y el palitroque; el mismo olor de mujeres adelante y hombres al fondo, y el abandono secular.

     Todavía se pueden ver los reclinatorios y las sillas bajas de enea, donde las beatas pedían por sus hombres a la milagrera virgen visigótica de los Remedios, hermana mayor de la que está en la hornacina.

     De la bóveda cuelga un barco como si fuera la muestra enmaquetada de la iglesia, en honor de un clérigo que hizo las américas y en su testamento se acordó de las necesidades, ciertas, de San Julián y Santa Basilisa.

     A la izquierda del altar está enterrado Ramos del Manzano y además de visitar el grupo escultórico hay que aprenderse el epitafio calderoniano (lo pregunta el párroco a la salida):

"Esto que adora y adorar espera

  es lo que queda de la edad pasada

  lo demás fue humo, sueño, sombra, nada".

   Hay salmantinos que no pueden entrar en esta iglesia porque siendo niños quedaron impresionados al ver la cabeza que asoma tras los barrotes de las rejas a los pies de los santos titulares. Amén.

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