OPINIóN
Actualizado 23/02/2015
Francisco López Celador

"El mar Mediterráneo que tradicionalmente constituyó un foco de civilización y un vehículo de cultura, últimamente se ha convertido en fosa común y barrera artificial levantada por organismos hipócritas"

Los vecinos del Mare Nostrum hemos nacido en un mundo surgido bajo el murmullo  de sus aguas que han marcado el rumbo a sucesivas civilizaciones. A lo largo de la Historia todos los pueblos ribereños se han aprovechado de él para subsistir y para surcarlo en busca de otras oportunidades, unas veces guiados por la ansiedad de lo desconocido y otras muchas por el afán de dominación.

Como destino final de muchas de esas aventuras, los españoles siempre debemos agradecer al Mediterráneo haber constituido la vía natural de comunicación por la que nos llegó, primero la civilización, y después la cultura. Fenicios, griegos, cartagineses, romanos y un largo etcétera de pueblos, más o menos lejanos, han contactado con nuestros antepasados, y no pocos de ellos han sentado sus reales en nuestras tierras, dando lugar a ese mosaico de culturas y etnias que han conformado el carácter hispano a lo largo de los siglos.

Definidos más o menos los continentes y las naciones, el Mediterráneo no sólo continúa siendo una ruta necesaria para la comunicación y el comercio, sino que la apertura del Canal de Suez ha significado su transformación en una verdadera autopista marítima imprescindible para el tráfico comercial entre Oriente y occidente. De hecho, no pocas veces, algunos conflictos internacionales han repercutido, y de qué manera, en esa navegación de altura.

Sin embargo, esa aureola de mar bonancible, de aguas cálidas y costas atractivas para el turismo está dando paso a la imagen de un inmenso foso capaz de engullir a diario cientos de inmigrantes ansiosos de pisar ese mundo moderno que ofrece unas oportunidades inalcanzables para quien se queda en su aldea. Pero hay más. A pesar de la escasa distancia que separa sus orillas, las condiciones de vida son tan diferentes que las personas que logran alcanzar la orilla sur, a pesar de que no pocas veces son engañados por mafias que abusan de sus anhelos, minusvaloran el peligro de una travesía a mar abierto y con medios rudimentarios, convencidos de que el premio a su odisea siempre será mayor que el riesgo que entraña. Por desgracia, este cálculo falla con demasiada frecuencia y ya son muchos los  miles de inocentes que entierran su ilusión en el fondo del mar.

El mar Mediterráneo que tradicionalmente constituyó un foco de civilización y un vehículo de cultura, últimamente se ha convertido en fosa común y barrera artificial levantada por organismos hipócritas. El llamado mundo desarrollado, cuando mueren inmigrantes por centenares, habla mucho de derechos humanos y de solidaridad pero mira para otro lado. Unos ven el problema alejado de su propio hogar y otros alegan que quien tenga el problema busque la solución. Ahora va ser cierta aquella idea no tan trasnochada que hablaba los Pirineos como frontera de Europa ? sólo falta incluir a los Apeninos en esa frontera-. La eterna cantinela Norte/Sur. Mucha Unión Europea, mucha política comunitaria?. Pero el burro a la linde. ¿Qué se necesita para reaccionar? ¿Que los ahogados sobrepasen el millón? ¿Es preciso que España e Italia abran las puertas y que pase quien quiera? ¿No sería más práctico y más justo establecer la frontera entre Europa y África 6.000 Km. al sur de donde está ahora? ¡Fuera caretas!                                 

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