OPINIóN
Actualizado 21/02/2015
Eusebio Gómez

Cuando Al-Manum agarró a su enemigo Ibrahim Al-Mahadi, pidió la opinión de su ministro Abi-Khaled Al-Ahual. Este le dijo:

"Príncipe de los Creyentes, si lo matas, habrás hecho lo que hacen todos. Si lo perdonas, serás  el único".

Dios es amor y es perdón, su oficio es el de amar y perdonar y lo hace porque tiene entrañas de misericordia, porque es omnipotente y "soberano amigo de la vida" (Sb 11,26). Por eso, también "cierra los ojos a los pecados de los hombres" (Sb 23-24).

Después que el rey Saúl intentó, en dos ocasiones, traspasar con su lanza al joven David, que tocaba el arpa (1S 18,11), éste le salvó la vida en dos ocasiones: una cuando el rey entró por casualidad en una caverna para hacer sus necesidades, en la que, también por casualidad, se hallaba escondido David (1S 24,4); la otra,  cuando David sorprendió al rey que dormía en su tienda de campaña, rodeado por tres mil soldados. En esta ocasión Abisay, amigo que acompañaba a David, le dijo: "Hoy te entrega Dios en las manos a tu enemigo. De un solo golpe lo derribaré por tierra" (1S 26,8). Pero David lo desalentó para que no se vengara, argumentando que Saúl, como rey, "era ungido del Señor" (1S 26,11). La primera vez, David aprovechó sólo para dejarle un aviso, cortándole un pedazo de su manto, mientras que en la segunda ocasión le quitó "la espada y el cántaro de agua". En la historia de Saúl y David, el perdón se justifica porque Dios es el Señor de la vida, no el hombre ofendido. "Dios me libre de hacer una cosa de esas a mi soberano, ungido del Señor, extendiendo la mano contra él" (1S 24,7).

Nos desconcierta no saber el motivo del ataque tonto y desproporcionado. Francine Cockenpot, compositora y poeta francesa, intentó ponerse en contacto con quien quiso arrancarle la vida. "En cuanto volví, como para exorcizar mi pánico, tomé lápiz y papel y me puse a escribir. Hasta cinco o seis cartas cada noche, sin poder releerlas, pues había perdido un ojo. Escribí a mi agresor, ese desconocido del que nada sabía, ya que ni siquiera conocía el tono de su voz, porque no me había contestado cuando le grité: '¿Pero por qué quieres matarme?'".

 Los seres humanos no podemos vivir sin perdonarnos, necesitamos perdonar y ser perdonados. Nadie es tan santo que no tenga que pedir perdón, ni tan ofendido que no pueda ofrecerlo. Lo único cierto es que cuando perdonamos, nuestro corazón se engrandece; cuando somos perdonados, nuestra vida se llena de felicidad. Para que acontezca el perdón, necesitamos caer en la cuenta de que no ganamos y, por el contrario, muchos son los beneficios que nos llueven con el perdón.

Los estudios, afirma Fred Luskin,  indican que:

Las personas que perdonan tienen menos problemas de salud.

Perdonar reduce el estrés.

Perdonar reduce los síntomas del estrés.

No perdonar puede ser más importante como factor de enfermedades cardiacas que la misma enemistad.

Las personas que culpan a otras de sus problemas se enferman más, por ejemplo del corazón o de cáncer.

Quienes piensan en no perdonar, muestran cambios negativos de la presión arterial, la tensión muscular y las respuestas inmunológicas.

Las personas que se imaginan perdonando a su ofensor sienten mejoría inmediata en su sistema cardiovascular, muscular y nervioso.

Muchas personas que han sufrido pérdidas devastadoras pueden aprender a perdonar y sentirse mejor psicológica y emocionalmente. Un gran  fruto del perdón es la paz. Perdonar es en primer lugar, una victoria sobre nuestra memoria.  La memoria de la ofensa recibida nos aprisiona y si no la purificamos, se convierte en un obstáculo para nuestras relaciones personales. Perdonar es el mejor ejercicio que podemos hacer para alcanzar la plenitud y la paz interior; perdonar es más imporante que tener razón, por eso el enojo no debe durar mucho y hay que solucionar los problemas a través del diálogo. Nos ayudará a perdonar 

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