OPINIóN
Actualizado 18/02/2015
Carlos Aganzo

Mi generación se hizo mayor de edad con gritos devastadores. Entre ellos aquel que proclamaba "¡la imaginación al poder!", una soflama más imperiosa que la sutil enunciación según la cual la playa estaba bajo los adoquines del Boulevard Saint-Michel. Tiempo después, el estudio y la propia vida me enseñaron que eso del poder era un asunto más serio como para depender de ensoñaciones que supeditaran su ejercicio a propuestas utópicas. No se trataba tampoco de contraponer, una vez más, imaginación y razón, un falso dueto de contrapuestos, sino de intentar poner cada cosa en su sitio. El clamor parisino era atizado por un sector de la sociedad de consumo descontento, insatisfecho ante el pretendido éxito de la modernidad, y reclamaba avenidas diferentes.

John Lennon alzaba su voz atiplada invitando a imaginar un mundo muy diferente sin paraíso, infierno o patrias. Un acto de voluntad feroz que el no menos brutal paso del tiempo dejó en una melodiosa bella idea. Como tantas. La presencia insoslayable de lo real enlazó aquellos tiempos bruscamente, como una bofetada crispada ante cualquier veleidad soñadora, de ahí que, posiblemente y en contrapartida, el zapatismo bautizó a una de sus hermosas comunidades como La Realidad. Un sueño hecho presente. Marginal, en lo más profundo de mesoamérica. Mientras, en el corazón financiero la actualidad especula sobre el mercado de futuros con imaginación previsible que no deja lugar a dudas.

 

Pero, según leo, la imaginación no es otra cosa que la memoria fermentada, una propuesta distinta por la que adquiere su advocación una inequívoca mirada hacia el pasado. Más que proyectar el futuro de lo que se trata es de anclarlo en una experiencia de ayer. Abrir una ventana que permita ver lo que fue, recordar de donde venimos, sopesar lo que hicimos y asumir el legado de lo que valió la pena. Pensar en cómo todo ese bagaje arrastrado puede configurar los tiempos inmediatos, anhelar que el vacío del futuro no escrito se nutra del poso inquieto que llena esa mochila que portamos desde que nacemos. Un potencial insondable de pasiones y de razones, de miedos y de certezas. Dejar entonces a la imaginación quieta, en su sitio; el lugar estoico donde la infancia y la senectud coinciden, donde puede configurarse lo posible, lo convencional y lo que no lo es, donde se entiende lo incomprensible, donde se sueña con los ojos abiertos.

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >La imaginación en su sitio