OPINIóN
Actualizado 16/02/2015
Ferenando Segovia

Acabo de pasar cinco días  de retiro en el monasterio de Poblet, en Tarragona, con un poco de mala suerte, porque me han tocado las secuelas de la única nevada que cae cada año. Puede ser en febrero, o en noviembre, o al principio de la primavera, esa  estación rara que puede ser verano, o invierno, o de todo menos florecitas en el prado y aire templadito. El monasterio ha experimentado una reconversión energética que le permite calentar las estancias habitables con más de un 50% de ahorro, pero el magnífico templo gótico, donde están enterrados los reyes de la Corona de Aragon, eso no hay quien lo caliente, así que a las Laudes a las siete de la madrugada, a la Eucaristía a las ocho y a las Vísperas a las 18,30 tenía que ir forrado y con una súper bufanda informal de lana de oveja muy formal que se transformaba a voluntad en capucha monástica, que en la iglesia los varones no podemos llevar gorra, pero la vecina de L'Espluga que venía a oír misa casi todos los días, sí que podía ponerse un buen gorro...y luego dicen que la mujer está discriminada...


La Liturgia, los Salmos, son en catalán, pero no se respira una atmósfera nacionalista, sino católica. En el Refectorio compartimos menú monástico, igual para el abad y para los monjes y los huéspedes. No se habla, pero escuchamos Vida de Santa Teresa de Jesús y testimonios  escalofriantes de cristianos dedicados a la rehabilitación de drogodependientes en Andalucia, naturalmente en español. Esta semana le toca leer en el Refectorio al Padre Paco Martinez Soria, hijo del actor del mismo nombre, a quien yo había conocido hace más de cincuenta años cuando él era escolapio. Pude hablar un poco con él; recordaba con cariño, pero sin nostalgia, los años en que estuvo en el Colegio P. Scio, en Salamanca.


He venido a Poblet  con tres finalidades: darle gracias a Dios oír mi estado actual, marcar con estas minivacaciones la frontera entre la quimioterapia y la vida "normal" y entrenarme físicamente, subiendo montañas por las mañanas, para subir luego más airoso la cuesta de lo que queda del curso pastoral. Los propósitos que uno se hace no se  cumplen casi nunca del todo, pero esta vez estoy razonablemente contento, a Dios gracias, nunca mejor dicho...

 

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