OPINIóN
Actualizado 16/02/2015
UCM / Dicyt

Pesa tal maldición sobre la humanidad que resulta imposible disfrutar de un largo periodo sin sobresaltos. No busquemos culpables en las meigas, que los tenemos más cerca, de carne y hueso. Nuestra condición humana hace que nos transformemos en nuestros peores enemigos. Ningún otro ser viviente se plantea la posibilidad de aniquilar a sus semejantes. Ni las calamidades, sufrimientos y carencias  que provocan los enfrentamientos han podido cambiar al hombre a lo largo de la historia, en un ser vacunado contra la barbarie que está contaminando extensos territorios del orbe. Cualquiera que sea su status social, ya nadie puede vivir tranquilo. El que tiene todo lo necesario, porque ambiciona más y está dispuesto a contravenir la norma para lograrlo; quien carece de lo indispensable, porque descubre lo injusto de su situación y no se resigna a ser siempre el perdedor.

Si a los factores materiales que determinan el bienestar social añadimos las particulares creencias religiosas o políticas de cada colectivo, llegamos a la situación actual de un mundo en continua tensión de intereses, donde siempre encontraremos alguien dispuesto a enfrentarse a quien le lleve la contraria, sin reparar en las posibles consecuencias.

En nuestros días estamos asistiendo a un ambiente tan tenso que, en cualquier momento, puede romperse la cuerda que aguanta los continuos tirones que cada vez recibe con más fuerza. Para empezar, entre otros conflictos que afectan a nuestro entorno más directo, podemos citar el enfrentamiento entre Ucrania y Rusia, las continuas provocaciones del terrorismo yihadista y la agónica situación económica que Amenaza con asfixiar al pueblo griego.

Como si los 70 años transcurridos desde el final de la II Guerra mundial fueran demasiados, Europa ha tentado la suerte en varias ocasiones, empeñada en revivir escenas pasadas, que parecen no avergonzar a algunos. Siempre que existe un conflicto entre vecinos hay un bando al que asiste más la razón. En este caso, Ucrania es una república independiente, del tronco de la antigua Unión Soviética, cuya integridad territorial se ha visto asaltada por el potente vecino ruso que no se resigna a perder una salida estratégica hacia el Mediterráneo. Putín, que no tiene un pelo de tonto ?ni de demócrata- ha aplicado la política de hechos consumados, convencido de que Europa y EE.UU. no desean que acabe rompiéndose la cuerda, y continúa tirando. ¿Hasta cuándo se lo permitirá Occidente?

En el tema del terrorismo yihadista acabamos de ver la reacción de algunas formaciones políticas ? no es preciso salir fuera de España para averiguarlo- ante la pretendida firma de un pacto de estado que trata de endurecer las penas a quienes atenten contra nuestros interese. Están haciendo un alarde de irresponsabilidad, hija de la pura demagogia. Como sucedió en el Pacto de Ajuria-Enea ¿qué norma infringe el político mostrándose inflexible con el terrorismo?

En el problema griego, la cuerda se romperá si los actuales dirigentes se niegan a apretarse el cinturón ?que no serían los únicos- para intentar saldar una deuda acumulada, entre otras razones, por haber consentido antes prebendas y corruptelas costeadas por el resto de la Unión Europea.

Por fin, refiriéndonos a nuestra actual situación, hay que reconocer, una vez más, que España es diferente. Aquí, los partidos políticos que presumiblemente pueden poblar la mayoría de escaños en próximas elecciones, en lugar de estirar la cuerda, se están afanando en un arriesgado ejercicio de funambulismo en la cuerda floja.

 

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