OPINIóN
Actualizado 11/02/2015

Confieso con cierta vergüenza que no sé hacer una raíz cuadrada. Y eso a mis años. Cómo llegué hasta este punto de mi vida sin saberlo se lo cuento ahora.

      No es que mis profesores no me enseñaran en su día la operación, que no, todo lo contrario, sino que yo fui incapaz de aprenderla. Torpe de mí. Esas cosas que se atraviesan y nada que hacer. ¿Y cómo pude pasar exámenes y llegar a casi viejo sin saberla hacer? Pues me las apañé del siguiente modo. Fácil de imaginar, claro. Calculaba a ojo de buen cubero la cantidad aproximada, iba multiplicándola por sí misma, así hasta conseguir la cantidad exacta. Mientras mis compañeros resolvían la operación de un solo golpe yo necesitaba de más tiempo y varias multiplicaciones y una cierta disciplina para el cálculo a ojo. Cuestión de caminos.

     Mi análisis de hoy (además de confesar mi incapacidad manifiesta para eso) me lleva a cuestionar el sistema educativo de hoy día, frente al de mis tiempos. No reniego para nada del sistema educativo en el que yo aprendí, pues me dio recursos para pensar por mi cuenta y ser capaz de resolver problemas más allá de los matemáticos. Esa visión de conjunto de todo (incluido el asunto político y religioso), enciclopedista (y de Álvarez, además), si se quiere, daba opciones de reflexionar, de buscar caminos, posibilidades de comparar, de pensar y analizar cómo eran las cosas y conjuntarlas. Un sistema mucho más posibilista. Y todo eso a pesar de no haber sabido hacer una raíz cuadrada e intentar y lograr, finalmente, cuadrar la cuenta por caminos tan poco ortodoxos.

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