OPINIóN
Actualizado 11/02/2015
Ángel de Arriba Sánchez
Se llama Justo y ya lo tenía yo visto por nuestra Plaza Mayor.

Es uno de los entrañables ancianos que hay por las plazas de todas las ciudades. Sí, le veo muchas veces posando para los turistas que le piden su estampa, o charlando más a menudo con las bellas estudiantes que con las consabidas palomas urbanas. 
 
No había coincidido con él, y las ganas me rondaban, así que ayer que le vi solitario en un banco, y fue la mía.

Y voy yo y le digo a modo de saludo: "Ya le tengo yo visto a usted por este ágora". Justo empieza el esbozo de una sonrisa, pero la detiene; y no es que me mire mal, es más bien que no me quiere mirar porque se vuelve sobre sí a mirar sus pensamientos.
 
Hacía un día tan consabido que no merecía la pena que habláramos de él, y la parla derivó entonces por el otro tema usual: el de la edad. Me cuenta que en unos días cumplirá años. Luego sigue por  lo que él tiene visto en esta plaza desde el número redondo de su edad.
 
Me habla de las múltiples formas en que ha visto  (y eso sí que es ver) las piedras donde estamos, desde el año 1934 en que llegó desde su pueblo de la Armuña a la ciudad para hacer su servicio militar. Luego prosigue con aquella Guerra Incivil que se quedó en su generación  como a otros se les queda una piedra en el riñón. Pero él la pasó entera en la ciudad, en el retén de la prisión, pero aquella, me advierte,  que estaba por la zona de la Gran Vía. Por entonces,continuó,eran cuatro hermanos y todos en edad de batallar, pero, cosa que yo no sabía si no por la película "Salvar al soldado Ryan", no dejaban ir al frente más que a dos hermanos a la vez. 
 
Luego me dijo que hacía 20 años que viudaba como el sol por los días, y no se lo oí, pero el deje de su voz me susurraba que estos veinte años sin esposa,sin su luna, se le estaban haciendo mucho más duros que los primeros veinte, cuando le dolía,como a todo mozo, el ímpetu de la sangre y la carne pinzaba por concertar mujer.
 
La plática nos la fastidiaba el viento entrometido y había que irse, pero antes aún le pregunté que con qué "uno" de la edad que en unos días cumpliría -101- se quedaba; si con el "1" del principio de la cifra en el que volvería a ser bebé y comenzaría de nuevo su vida, o con el "1" final que representa todo lo que es, todo lo que ha visto por las plazas de las épocas,  y todos esos miles de días que se le han quedado en los bolsillos como migas para las palomas.
 
Justo no contesta; yo dejo de esperar una respuesta. 
 
Nos despedimos en silencio tras un apretón de manos, y caminamos cada uno hacia una  salida opuesta de la Plaza Mayor. Yo iba con la certeza  de que Justo hacía su camino con el brillo suave de su elección en los ojos.
 
Y que el sabio Justo, aconsejado por la perpectiva y la prudencia de su larga vida había elegido el "O" medianero de la cifra de su futura edad, también lo creía.
 
Fotografía: Justo en la Plaza Mayor de Salamanca en marzo de 2014. El día de Año Nuevo fue al primero que estreché la mano en este ágora, y ya hemos quedado emplazadaos para sus 102 años.
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