OPINIóN
Actualizado 11/02/2015
Mª del Carmen Prada Alonso

El primero ya sienta mal, tan pronto, tan sin esperarlo, pero nos resignamos sin más, porque es lo que hay, y aprovechamos para hacer una llamada o para ir a mirarnos al espejo del baño.

El segundo nos parece que se ha producido todavía más pronto, y volvemos a levantarnos con un ligero cabreíllo, nos hacemos un café o damos un paseo por la casa para estirar las piernas.

Ya con el tercero, el cuarto y los siguientes, nos cabreamos de verdad y empezamos a soltar por nuestras bocas lo más grande, porque las interrupciones son cada vez más largas y más frecuentes.

Estos cortes publicitarios que nos rebanan debates, películas, programas de ocio, etc., no llego a entenderlos. La publicidad tiene un fin: llegar al público. Pero es sabido que todos nos levantamos cuando "llegan los anuncios", nos vamos del salón y aprovechamos para hacer cualquier cosa, ya que sabemos que durará lo suficiente y más, como para que nos dé tiempo hasta para escribir este artículo, por ejemplo.

No son pocos los que, visto lo visto y lo que no te dejan ver, huyen de las parrillas televisivas de las principales cadenas de televisión de este país, para buscar refugio en Internet. Televisión a la carta: ves lo que quieres y eliges en qué momento hacerlo. Si necesitas una interrupción, sólo tienes que pausar la reproducción. Un servicio de pago que, sin embargo, muchos saben encontrar gratis. Pero pagando o sin pagar, lo que sí es seguro es que ellos no sufren los coitus interruptus a los que las cadenas privadas nos han condenado.

Es mi opinión que los publicistas debieran pensar en otros métodos que no lleven a provocar estampidas en los sofás, con la consiguiente ausencia de ese público al que, supuestamente, va dirigido su arduo y carísimo trabajo.

Yo a eso le llamo tirar el dinero.

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