OPINIóN
Actualizado 11/02/2015
Carlos Aganzo

Vivimos tiempos contradictorios. Frente al individualismo más feroz se alzan propuestas mayoritarias. Una sociedad fuertemente atomizada que ha alcanzado cotas elevadas de libertad personal se ve confrontada por pulsiones polarizantes que llevan a la división binaria. Las personas aisladas que han conseguido patrones como nunca antes de autosuficiencia y de soberanía tienen que seguir cauces donde la opción termina siendo de antagonismos excluyentes. Del consumidor feliz frente a las repletas baldas del supermercado con toda clase de productos pasamos al elector deprimido al que se le dice tiene que sufragar por dos únicas posibilidades. Pareciera que la vida corriente choca brutalmente con el mundo de la política. No es la primera vez, pero por ello no es asunto que deba dejar de preocuparnos.

 

Si el nacionalismo ha logrado imponer su lógica excluyente en el panorama político catalán en una clave identitaria perversa según la cual no se puede ser dos cosas a la vez, ahora el discurso de Podemos pretende construir un relato antinómico de ellos como depositarios de valores positivos y de reformismo sensato frente al resto que quiere acaparar el PP. En este tipo de escenarios muchos estamos en medio y nos encontramos desvalidos. ¿Cómo ser varias cosas al mismo tiempo? ¿Cómo adorar la cultura catalana o repudiar los desahucios sin tener que comprar el combo? Alguien podría aducir que nuestro país no es muy dado a matices y que los proyectos hegemónicos han sido la moneda en curso más frecuente, de ahí que de lo que ahora se trate sea de construir nuevas hegemonías usando la medicina de siempre, ¿recuerdan? Sí, el trágala.

 

Pero han pasado muchos años de aquello y somos otros, muy distintos. Además, sabemos que existen mecanismos que pueden ayudar a quebrar la dinámica mayoritaria. Esa visión del mundo que insiste tozudamente en la existencia de mayorías naturales, en la división en dos mitades, y solo dos. El criterio de proporcionalidad es uno de ellos, la existencia de instituciones que desagreguen el poder es otro, la puesta en marcha de instancias de supervisión es igualmente una solución. Frente a una lógica plebiscitaria, que además suele venir acompañada de liderazgos mesiánicos, se encuentra el pluralismo integrador que suma esfuerzos diversos, acumula identidades y lealtades múltiples y sublima la libertad de los seres humanos. Contra los colores violentos se alzan los matices, contra las mayorías construidas artificialmente se vuelve la complejidad de la vida.

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