El seppuku, más comúnmente conocido como "hacerse el haraquiri", es la práctica por la cual los samuráis se daban muerte (cortándose el vientre con una posterior decapitación ejecutada por un acompañante de su agrado) al ver deshonrada su vida o al entreg
El seppuku, más comúnmente conocido como "hacerse el haraquiri", es la práctica por la cual los samuráis se daban muerte (cortándose el vientre con una posterior decapitación ejecutada por un acompañante de su agrado) al ver deshonrada su vida o al entregar la misma de manera gloriosa.
Si trasladamos ese ritual a la situación actual de la izquierda, podríamos hallar muchas similitudes, pero prácticamente de manera inversa, en la que una dirigencia ciega y mediocre espera para decapitarte mientras te destripas para complacerle (porque ellos no son mucho de seppukus, suelen tener un sillón y una vida asegurada).
Y es que el problema de la izquierda no viene de ahora, es el eterno dilema entre los que quieren gestionar las migajas y se dan golpes muy fuertes en el pecho por su 5% obtenido (algunos incluso en excepciones se conforman con el 1,5%), que creen que pegando un chicle en el agujero la tubería aguanta, y los que salimos a ganarlo todo porque no hay chicles que eviten el reventón, porque el problema es que el plástico está podrido. Los que están muy cómodos en espacios minoritarios y endogámicos y los que creemos que la izquierda está en la radicalidad de lo cotidiano. Los que se creen que son vanguardia y cuando se giran "no hay ni Dios" y los que creemos que de lo que se trata es de ir al lado, junto a la gente...
Son tiempos de unidad popular en torno a un proceso constituyente que cimente un nuevo país y los que están en contra o no quieren verlo, que se sometan al seppuku, pero que no nos arrastren al resto, porque como ha dicho recientemente Felipe Alcaraz: "En el desbordamiento constituyente las bases deben inundar las calles con sus dirigentes a la cabeza o con la cabeza de sus dirigentes."