OPINIóN
Actualizado 08/02/2015

Alicia se acostaba cada noche más tarde de lo acostumbrado. Sus dos niñas dormían con una sonrisa en los ojos después de una agotadora jornada de colegio, juegos y merienda en el parque de Los Ángeles. Sentada frente a la televisión hacía esfuerzos por mantenerse despierta mientras escribía en unas cuartillas apoyada en la mesita del salón. La lucha que cada noche libraba contra el dios Orfeo se había tornado cotidiana. Alicia madrugaría al día siguiente para dejar a sus hijas en el colegio y acudir a su trabajo en el hospital donde cientos de camas cargadas con enormes pacientes esperaban su llegada para comenzar el trasiego diario. De rayos a trauma, de trauma a consulta, de consulta a quimio, de quimio a quirófano. Los enfermos agradecían con un temblor en los labios el cariño que Alicia derrochaba en cada uno de sus infinitos viajes.

En el colegio Mónica y Beatriz empleaban sin denuedo las fuerzas acumuladas durante la noche en que su madre había estado escribiendo otra simpática historia para leerles antes de dormir.

Ninguna de las dos hijas conocía "el secreto de mamá". Después del baño y la cena acudía a su cuarto con unos papeles donde estaban contenidas las más hermosas y dulces historias que las hacían viajar por un mundo imaginario donde el Ciempiés Andrés las invitaba a ser buenas con los compañeros, donde el Escarabajo Paco y la Hormiga Margarita saltaban de alegría con las ocurrencias de su ingenioso amigo contagiando a las dos pequeñas que hacían lo propio revolviéndose entre las sábanas y las carcajadas, cargadas de nervios a veces, en ocasiones relajadas y serenas, tristes rara vez y casi siempre expectantes al final de un capítulo que sabían continuaría al día siguiente cuando su madre volviese a sentarse a los pies de la cama con dos hojitas llenas de letras que, según ella, le había dejado escritas el Ciempiés Andrés la noche anterior.

Llegaron las vacaciones de Navidad, Mónica cumplía ocho años, se levantó de la cama porque los nervios de los Reyes se habían adelantado. Al ver la luz del salón encendida se asomó a la puerta desde el pasillo y vio a su madre durmiendo. Estaba sentada en el suelo, con el sofá como respaldo y la mesilla de almohada. Roncaba un poco. Mónica se quedó entonces muy quieta, y los ojos se le abrieron hasta llenarle toda la cara. Fue entonces cuando descubrió un ciempiés con sombrero que agarrando el bolígrafo con cincuenta patas escribía sin parar en las cuartillas que su madre tenía sobre la mesita. A su lado, como dictándole, un escarabajo con corbata y la hormiga Margarita que llevaba una falda de tablas. Mónica volvió a la cama y mirando a su hermana sonrió con los ojos mientras oía cómo su madre apagaba la luz del salón.

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