OPINIóN
Actualizado 08/02/2015
Maguilio TAVIRA

Cuando la evacuación de aguas residuales no estaba canalizada aún, en España podía oírse con frecuencia ese grito -¡Agua va!- para avisar que alguien arrojaba alguna pestilencia desde su ventana o portal. Afortunadamente, el progreso, la civilización y la cultura han llegado a nuestro país y ya no se ven semejantes espectáculos desagradables a la vista, nocivos para la salud pública y mortales para la fama de una ciudad.

 

Ya no se ven ... ¿o sí? En nuestra bienamada Salamanca, la Muy Culta, Noble, Leal y Hospitalaria ciudad de Salamanca, aquella misma en la que se puso de moda en algún momento la divisa "Culta y Limpia" se traiciona cada día, docenas de veces, y con un solo gesto esa máxima.

 

No sé por que diantres, la gente que limpia portales, comunidades, locales comerciales, oficinas ? tiene la terrible manía de arrojar el agua sucia a la calle. Sí, sí, a la mismísima calle, en la acera, en la vía pública, allí por donde usted y yo pasamos ?y pisamos- cotidianamente, allí mismo, algún desconsiderado, inculto, incivilizado, insolidario y guarro personaje vierte a diario el agua sucia de su cubo.

 

Esto, que si bien en sí mismo es algo, ya digo, asqueroso e incívico, se torna en estos días tremendamente dañino porque, dadas las bajas temperaturas, las anacrónicas deyecciones se convierten en pistas de hielo, resbaladizas y peligrosísimas, sobre las que los incautos viandantes sufren ?sufrimos- resbalones, patinazos y más de una caída, como personalmente he podido comprobar esta mañana.

 

Tengo entendido que entre las ordenanzas municipales se encuentra alguna que prohíbe este tipo de cochinadas ?como no podía ser menos, claro- pero de nada sirve que esté regulado, si no se ejerce una labor de policía o vigilancia al respecto.

 

En tal caso, señor Alcalde, debería usted dar instrucciones a quien corresponda para que algún funcionario competente fiscalice un poquito la cuestión y actúe como disponga la Ordenanza respecto de eventuales infractores. Caso contrario ?si no hubiera ordenanza prohibiendo los vertidos de aguas residuales en la vía pública- proceda usted conforme aconseja el sentido común, y díctela.

 

Sé que en la Europa del siglo XXI, y en la ciudad europea que ha sido Capital de la Cultura, Escoba de Oro, Escoba de Platino y no sé cuántas otras distinciones más a la calidad de sus servicios ambientales y de gestión de residuos, no parece que haga falta decirle a la gente que no se mee en la calle o que no tire agua sucia en las aceras. Pero la realidad ?más tozuda siempre que la lógica- desmiente esa apariencia.

 

En consecuencia, señor Alcalde: legisle al respecto si carecemos de norma o, si la hay, inspeccione y vele por su cumplimiento.

 

Se lo digo porque hoy, mientras ayudaba a la pobre septuagenaria a recuperar la verticalidad, ganas me daban de sugerirle que demandara al establecimiento responsable del vertido y al Ayuntamiento por no impedir la incuria particular.

 

Y claro, me enfadé con usted, señor Alcalde porque, verá, me eché la siguiente cuenta: si yo le digo a la mujerita lo que se me pasó por las mientes decirle, y ella me hace caso y el Ayuntamiento, por incapaz, termina siendo condenado a indemnizarla, al final el pato acabo pagándolo yo; porque la indemnización no iba a salir de su bolsillo, señor Alcalde ?que esa es otra que tendremos que pensar en algún momento- sino del mío. Y eso me enfada, claro, porque me sienta pelín atravesao que la inepcia de otro me cueste dinero a mí.

 

Pero, bueno, lo fundamental del caso, que siempre acabo yéndome por  las ramas, es que no se puede tolerar que se sigan arrojando aguas residuales a la vía pública, y que eso hay que atajarlo.

 

Sé que la mejor manera es generando ciudadanos solidarios, responsables y cultos. Pero mientras la educación da sus frutos mañana, las actuales consecuencias de la estupidez humana habrá que tratarlas ahora.

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