OPINIóN
Actualizado 07/02/2015
Ángel González Quesada

En "El informe de Brodie", genial relato escrito en 1970 por Jorge Luis Borges, se describen las costumbres y el modo de vida, ambos de pasmosas simpleza y autenticidad, de una tribu primitiva que no ha tenido contacto con la "civilización". En su modo de pensar, los miembros de esa tribu, cuenta Brodie, el personaje de Borges "carecen del concepto de paternidad. No comprenden que un acto ejecutado hace nueve meses pueda guardar alguna relación con el nacimiento de un niño; no admiten una causa tan lejana y tan inverosímil". Variando ligeramente la brújula del conocimiento, ciertas corrientes metafísicas de la Seudofilosofía moderna hablan, para intentar justificar la existencia de un "motor extraterrenal" un dios o una fuerza creadora, de la "causa instrumental", una causa de las cosas cuya naturaleza y virtud operativas no guardarían proporción con el efecto que producen, necesitando por ello de una causa superior; es decir, una especie de milagro que crearía algunos aspectos de la realidad que no tendrían relación alguna con sus verdaderas causas.

Ambas posturas, la primera por disculpable ignorancia y la segunda por lo mismo, pero sin adjetivo, se parecen mucho a cierta forma de razonar extendida últimamente que, en relación con la cotidianidad político social de este país, parece querer separar, o directamente ignorar, las causas de sus efectos. Es el caso de miles de ciudadanos, afectados negativamente por los efectos de las políticas de las instituciones económicas españolas y europeas, la preponderancia del sistema financiero o la insultante injusticia de la creciente desigualdad, que en sus protestas callejeras, reivindicaciones, concentraciones, pancartas, asambleas  u otras formas de crítica a decisiones oficiales, parecen ignorar que los profundos desequilibrios, las decisiones que les perjudican, las sentencias que los condenan a la miseria, el endiosamiento del capitalismo, los recortes en su dignidad, los ataques a la cultura y al futuro o la indignidad de la creciente desigualdad, son todos ellos efectos directos de políticas concretas realizadas por personas a las que muchos de esos mismos ahora perjudicados ciudadanos, hace pocos años acaudillaron con su voto.

Lejos de la intención de estas líneas culpar al perjudicado de su propia desgracia, pero no estaría de más empezar a reflexionar seriamente, a reconocer y a entender que es en la naturaleza de las ideologías, en el contenido profundo de los principios que orientan el interés político de cada partido u organización, donde se encuentran las causas de las decisiones posteriores, y que no es en el juego mentiroso, propagandista y colorín de las campañas electorales donde habrá que buscarlas, sino en poner interés en quién es quién, en tratar de analizar los porqués, en la responsabilidad de cada uno de conocer para qué se participa y el valor de hacerlo, y que es en el conocimiento más profundo y estricto de cómo, dónde y cuándo se pide un voto, donde hay que recurrir después para poder explicarse los efectos de haberlo otorgado. 

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