OPINIóN
Actualizado 06/02/2015
Eugenio Sánchez Redondo

   Mira altivo en la lontananza el valle que le vio nacer; su canto es parte del borboteo del agua serrana desde el molino, entre pedruscos, entre las sombras y silbidos tenues de castaños y chopos que susurran la lengua de los vientos.

   El cerezo, el olivo, la higuera y el avellano son su nido, la tierra, su madre.

   Una lágrima, sin prisa avanza, con la certeza de que cae la noche para siempre.

   El ruiseñor canta, canta en esas horas en que todo calla, "presiento que tras la noche, vendrá la noche más larga"...

   Sus delicadas patas se aferran a su rama, no se mueve, la huella queda.

   El reloj de sol es la rosa de los vientos que marca su destino, y el nuestro.

   No sabemos decirte hasta mañana sin dolor, entre la tristeza y el orgullo.

   El nudo de la garganta ahoga, volverás a tu nido ruiseñor, descansarás,  y tres polluelos cantarán tu canto.

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