Irrumpió un día en el panorama público de sopetón y nos sorprendió con su hábito de monja, (de los antiguos, de los que tapan el pelo), como una quijotesa arremetiendo contra las injusticias sociales.
Nos sorprendió, sí. Su condición de monja no sólo no fue impedimento para hacerse voz (en grito) de los oprimidos, sino que fue acicate para su posterior gran lanzamiento en los medios de comunicación.
Y ahí empezó el aún más sorprendente cambio de esta sor de rompe y rasga. Su antes verbo pasó a desbocada verborrea, su antes discurso caritativo pasó a ser político, más duro que puro, con una agresividad verbal que aumentaba a la misma velocidad que su popularidad.
Que el clero se meta en política dará para síes o para noes, eso es lo de menos. Cristo fue beligerante, subversivo para los romanos dominantes, reivindicador de derechos. Pero siempre con la palabra medida, sin insultos, sin soberbia, sin prepotencia. Y era Dios.
Esta monja hace giras por distintas ciudades y por distintos medios de comunicación, con participación fija en un programa de determinada cadena. Y cada vez más airada, más insultante.
Entre coz y coz mete la lechuga de las anécdotas que suceden cuando habla con los desahuciados, o con los bancos de alimentos, es decir, cuando anda entre caridades.
No importa que esta monja predique a la izquierda o a la derecha, aunque deja bien claro que su mano derecha sabe sobradamente lo que hace su izquierda. Y eso tampoco está bien.
Quizá confundió la vocación y debió no meterse en convento, sino en política, donde todo está permitido.
Cuantas mujeres, que valen para ello, quisieran haber tenido tantas puertas abiertas para manifestar sus opiniones, pero no llevan toca y así no son chocantes para sacarlas en televisión.
Hay pecados que no pueden ir con un hábito: la prepotencia, la soberbia, la ira, la ofensa.
Me vienen a la mente otros hábitos guerreros y famosos: Teresa de Jesús, Teresa de Calcuta, y hasta la ficticia Sor Citroen. Pero claro,no hay color.