OPINIóN
Actualizado 04/02/2015
Carlos Aganzo

Gozar del derecho al uso de la palabra es un principio inalienable sobre el que está basada nuestra civilización. Es por excelencia el gozne que se sitúa entre la igualdad y la libertad. Todo el mundo tiene el derecho a usar la palabra porque es precisamente lo que nos hace humanos y hacerlo con plena libertad, aunque para facilitar la convivencia se añada la compleja muletilla del uso responsable. Históricamente tomar la palabra estuvo restringido por motivos de oportunidad, protocolo, o de hábitos sociales, pero en todos los casos siempre esa restricción quedó vinculada a un determinado orden jerárquico, en fin, a cuestiones de poder. Por ello, el avance de la democracia supuso también la conquista por la gente de la palabra.

 

Todavía hay círculos sociales o incluso sociedades completas en las que distintos grupos por razones de género, edad, religión o etnia tienen dificultades, a veces severas, para ejercitar la palabra. En una reunión académica en Japón, por ejemplo, es difícil que nadie hable si no lo hace primero el varón de mayor edad de entre los asistentes. Tras un coloquio, el moderador suele decir: "voy a tomar ahora hasta cinco preguntas". Después de una rueda de prensa nuestros gobernantes concluyen con un "no hay preguntas". El señuelo del avance absoluto de la libertad y de la igualdad tiene precisamente en el habla el test fundamental de su evolución. Frente al control de pocas manos de los medios de comunicación de masas tan fuertemente desarrollados desde hace apenas un siglo, la eclosión de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación ha impulsado una graciosa ilusión de acceso irrestricto al púlpito universal de la oratoria.

 

En Ecuador, como ya señalé en alguna otra ocasión, el Presidente hace uso cada sábado de la palabra (y van 409 ocasiones), además de pasar revista a las acciones de su gobierno aprovecha para vituperar e incluso insultar a cuanta persona le moleste en el ejercicio de su libre expresión, no son en puridad adversarios políticos, son periodistas, académicos y artistas. Como las redes sociales arden de indignación ante alguna de esas tropelías, la réplica desde el poder es poner en marcha una respuesta masiva y ordenada de trolls integrados por lo mejor de la vanguardia de la Revolución Ciudadana para acogotar a los irrespetuosos. El poder siempre nos recuerda quien tiene el uso último de la palabra.

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