OPINIóN
Actualizado 02/02/2015
Redacción cultoro.com

Lo sabías desde la hondura de aquellos ojos, ya a la sombra de tu noble y tierna raíz, hija inquieta y vivaz del floreciente y paradójico siglo que te tocó vivir, tú sabías lo que te estaba nutriendo y alimentando ese ansia todavía informe? La luz esplendorosa de tu Ávila natal te arropaba aquí de cristal encendido en invierno, te adornaba allá de oro viejo al atardecer tras la muralla,  te sustentaba por dentro en  austera piedra, austera y recia como la vida y los huesos macerados de trabajos de sus gentes. 

    Desde la altura de esa luz y en la plenitud de la infancia, a la edad de seis o siete  años mirabas anhelante -cuando apenas en el recodo siguiente te ibas a escapar  para que te descabezaran en tierra ajena- y encontrabas la mirada serena y veraz de tus padres y en sus ojos espejabas tu amor primero y tu deseo  de Dios, y como en un pozo hondísimo buscabas saciar esa sed y a la vez acrecerla, y así nos guiabas después por aguas, riegos y fuentes?, para aprender a mirar al padre del cielo.

    Pero eso vendría después, hoy quiero  recordarte así: niña inquieta y adolescente vivaz, para hacerte saber  cuanto me  complace  y me alienta en la tarea de madre y  educadora,   volver  a abrir con fruición renovada, como la sed que nos enseñaste,   ese Libro de tu Vida, y encontrar las palabras "El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena" y luego "con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar",  o "era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos?, jamás nadie le vio  jurar ni murmurar" Además ensalzas de tal modo la sencillez de esa tu madre,  muerta en la incipiente madurez,  que "con ser de harta hermosura jamás se entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella", que resalta más luego tu propia vanidad adolescente cuando te sinceras sin rebozo sobre tu amor por las galas y el contento de los placeres del mundo.

    Con estas pinceladas  que me apuntas podría meditar  una tarde entera antes de reemprender con renovada confianza mi tarea, pues ciertamente hoy vivimos tiempos difíciles para la educación y la formación de los más jóvenes, pero ¿acaso alguna vez fueron fáciles los tiempos de  siembra y poda? 

    Me preocupa que educadores y padres hayamos perdido la confianza en nosotros mismos,  en nuestra tarea, porque no hemos entrado a bucear suficientemente en esas honduras desde las que de inmediato se comprende, como bien nos recuerda tu discípula Edith Stein, que el auténtico educador es Dios, y por lo mismo se le debe al hijo un respeto y una veneración absolutos, que permitan florecer su alma hacia el sagrario interior. Todo lo contrario del tratamiento que al niño se le da hoy,   como objeto  mimado del capricho, o desecho imposible de la negligencia e incapacidad de sus progenitores.

    Por ello, reconocer y agradecer el amor de nuestros padres puede ser ocasión para renovar nuestra fe  y compromiso de cuidar y alimentar esa raíz deseante que, a través de nosotros, ha abocado al hijo o al educando, pues sólo así acogemos el curso de la vida y de la sangre como acto de donación y  gracia, es decir, de procreación. Así puede decir otra mística del siglo XX, María Zambrano, que tener nombre es tener identidad, es decir, enraizar en un origen y apuntar hacia un destino?

    Tú, querida Teresa, encontrabas ese origen amante en la mirada de tus padres y en ese mirar amado,  como horizonte imbuido de verdad,  alumbrabas el afán de fundar y guiar por el camino de la perfección,  de morada en morada, hasta la más íntima. Sobre ese horizonte del amor de tus padres se dibuja tu figura de  gran educadora, cuyos méritos resalta de nuevo Edith Stein: claridad de espíritu,  ardor del corazón,  voluntad vigilante y  espíritu de solidaridad. 

(Carta abierta para un centenario)

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