OPINIóN
Actualizado 01/02/2015
@santiriesco

Comienzo febrero con un largo viaje de 16 días al antiguo reino de Dahomey. Me voy a Benín, uno de los 55 países del inmenso, rico y castigado continente africano. Aunque éste sea uno de los estados más pequeños y pobres.

Nunca lo he visitado, aunque sí me ha tocado trabajar y recorrer las complicadas carreteras de Togo ?con quien comparte su frontera occidental- o Burkina Faso, al norte ?por donde también limita con Níger-. El oriente del país hace frontera con Nigeria. Donde los de Boko Haram se dedican a sembrar el terror sin que aquí hagamos ni siquiera intento de que nos afecte. Como si estuvieran en otro planeta. Como si Abuya estuviese más lejos que Moscú cuando las dos están a poco más de 3.500 kilómetros de Madrid.

 

Benín es en extensión y población similar a Honduras, donde también he estado aunque sea ésta una referencia inútil. A ver, Benín es la cuarta parte que España en territorio (algo más de 100.000 kilómetros cuadrados) y la quinta parte que nuestro país en población (en torno a los nueve millones de habitantes). Lo mejor es mirar el mapa y dejarse de tanta monserga.

 

Pues bien, me voy para allá a grabar con dos misioneros combonianos que han regalado su vida entera a los demás. Ambos están en la región de Donga, en la diócesis de Djougou (se dice "Yugú"). Una zona eminentemente musulmana donde conviven en paz y armonía si no fuera porque los agricultores y los ganaderos no acaban de ponerse de acuerdo. Un conflicto ancestral que sigue sin cerrarse del todo debido a que algunas de las etnias que pueblan la región se dedican al pastoreo con el perjuicio que conlleva para las que cultivan. Sobre todo al contemplar cómo las vacas, las cabras y los camellos se llevan su cosecha, su trabajo y su supervivencia al buche. Para rumiar.

 

Juanjo está en la misión de Toko-toko. Pepe en la de Manigrí. Nos han advertido sobre la falta de comunicaciones. No tienen internet. Tampoco hay cobertura para móviles. Son zonas rurales en el interior de la sabana. Y no deben estar del todo mal porque ninguno de los dos se plantea regresar. Nuestra misión es intentar descubrir el por qué. Allá que vamos. Otra vez.

 

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