OPINIóN
Actualizado 01/02/2015
Aniano Gago

El aire, más que sereno, es quedo. El invierno en los pueblos de esta tierra nuestra deja a los hombres escondidos, agazapados, como si fueran liebres antes de que un galgo corredor, mejor su amo, las levante de la cama. En estos pueblos nuestros, de adobe y viejo ladrillo caravista, en estos pagos desolados, el invierno enfría tanto el aire que el hombre sólo busca el calor de la lumbre, del fuego, de la chimenea. La calle, piensa, es para los lobos.


    Existe una especie de reverencia al invierno. Reverencia y miedo. Ahora que la mayoría de los habitantes de los pueblos son viejos, por las calles, desérticas, sólo revolotean los virus de la gripe. Los pájaros, los humildes gorriones, pocos y cabizbajos, lejos de lo desaforados que están en primavera, a penas si dan un vuelo corto y se posan encima de una tapia o un tejado cercano. Cuando lo hacen te miran sorprendidos, inquietos, como preguntándose ¿quién es este, que hace este turista por aquí?


      Ir al pueblo, en invierno, entre nieblas y cencellas, en los crudos días de enero, es una obligación para mi por el recuerdo de niño. Para mi los días más emocionantes eran el Primero del Año y Reyes, los dos en enero. El primer día de enero se celebraba la fiesta de los Quintos que corrían las cintas a caballo por la calle La Cruz; había después baile y siempre nevaba. La tierra parda se hacía blanca, y aquello, cada año, era un milagro. Después llegaban los regalos, la magia de los Reyes, que en mi caso siempre era muy justa. Sólo algún dulce de la Señora Crisógona, a la que mi madre siempre hacía referencia, y poco más. Sólo una vez Pedrito, que trabajaba en casa, hizo de Melchor, Gaspar y Baltasar y me trajo, cuando yo ya no era creyente, un balón de goma y una pistola de fulminantes. No sé cuantas patadas le di al balón aquel día, ni cuantos indios maté con los pequeños rodillos de pólvora, pero sí recuerdo que aquel día es uno de los pocos que jamás he olvidado. A Pedrito tampoco, claro, aunque ya está desde hace unos años en el camposanto, un lugar que en Cañizo, como en todos, se detiene el tiempo. Recuerdo el epitafio que le escribí a mi madre: "Estos, madre, /campos de tierra/, campos para espigar/olvidaron la amanecida/; que grandiosidad perdida: ni trigo/ni luz/ ni viento. ¡Qué silencio!


     De niño teníamos mulas en casa, y gallinas, y patos, y galgos, y una cabra, y cerdos en las cochineras. Por esos días se hacía la matanza, los días en los que la alegría era la que propiciaba la abundancia. En todos los pueblos hace 50 años, 60, ó 20 ó 30, la matanza era siempre algo especial. Para toda la familia, pero especialmente para los niños. En esos días matanceros ni hielo, ni carámbano, ni cencella, ni nieve, ni nada. Todo se superaba al calor de la lumbre y de las brasas bajo las grandes sartenes donde se freían los coscarones, y dando golpes a la vejiga de los cerdos que convertíamos en globos a base de golpes y golpes e inflarlos después de soplar exprimiendo los carrillos hasta la extenuación. Enero, el mes que nació mi hermano Gilio, el Uno, y mi padre, el ocho, y servidor, el nueve. Enero.


    El pasado fin de semana, 25 de enero, volví a Cañizo, a la casa de mis abuelos, de mis padres, a mi casa de siempre. Ahora remozada. Desde que entré al pueblo, como siempre, miré a mi izquierda, y vi el puente sobre el Valderaduey, el río de mi niñez. Y a la derecha, donde está la vieja báscula olvidada, y donde estuvo una laguna que se llenaba de carpas, que los niños pescábamos para vender de puerta en puerta allá por los años sesenta. No vi a ninguna persona, ninguna cara, ni cerca ni lejos, en ninguna calle, ni en la puerta de la iglesia, ni en la plaza. Nadie. Ni un perro ocioso. El aire, cuando bajé del coche, era denso, frío, quedo.


     Y pensé ¿ qué será de todo estos dentro de treinta o cuarenta años?¿ Quién abrirá esta puerta de casa? ¿Se cerrarán todas las puertas del pueblo después de once siglos de existencia?. Y me vinieron a la cabeza, sin saber porqué, aquellas rimas de Bécquer: "Hoy como ayer/ mañana como hoy/¡ y siempre igual!./Un cielo gris, un horizonte eterno/ y andar?andar".


    ¿Por qué habré escrito hoy de enero, y del frío, y del pueblo, de los pueblos, del campo, y de la tierra, y de los Quintos, y del baile y de la soledad?   

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