OPINIóN
Actualizado 01/02/2015
Asprodes

La tragedia de los salmantinos que emigraron y siguen emigrando, debe movernos el ánimo para recibir con afecto y respeto a quienes llegan a la charrería en busca del paraíso perdido.

El pretendido engaño de una compañía de seguros a dos jóvenes senegaleses, evitado por el honrado mecánico donde tenían depositada la furgoneta, me anima a pedir acogida digna, respetuosa y sincera a quienes han llegado a nosotros desde la hambruna en busca de un mendrugo de pan que llevarse a la boca, dándome pie a refleflexionar sobre la emigración salmantina.

Ahora, que algunos de nuestros jóvenes paisanos se ven obligados a sudar en lejanas tierras, al tiempo que los inmigrantes son engañados y explotados sin miramiento entre nosotros, motejados con desprecio y maltratados por algunos patronos, conviene recordar que en tiempos no alejados, el campo charro fue granero de emigrantes en otras latitudes.

Hace solamente unas décadas, los continentes europeo y americano se infestaron de salmantinos que abandonaron su casa, familia, costumbres y tradiciones para "hacer las américas", convirtiéndose en indianos sin esperanza de retorno, como le sucedió a muchos de los ¡cien mil! paisanos que emigraron en el primer tercio del siglo, batiendo en 1912 el record nacional de salidas al exterior.

Triste situación que se prolongó en la década de los años sesenta, como recordarán los vecinos que tienen aún familiares en países europeos, en Cataluña o Euskal Herria, lugares de acogida donde encontraron futuro muchas familias salmantinas, algunas de las cuales retornan nostálgicos cada verano a la tierra que les vio nacer.

Como ejemplo de tan masivo éxodo, baste recordar que el secretario del Ayuntamiento de  Boada escribió en 1905 al presidente de la República Argentina pidiéndole que admitiera en su país al pueblo entero, porque todos sus vecinos estaban dispuestos a emigrar, vendiendo su casa, tierras y enseres para comprar el billete de barco que los llevara a ultramar.

La tragedia de los salmantinos que emigraron y siguen emigrando, debe movernos el ánimo para recibir con afecto y respeto a quienes llegan a la charrería en busca del paraíso perdido, porque su tragedia personal se incrementa penosamente con el abuso y trato degradante que reciben los que han llegado a nosotros buscando el pan que su tierra de origen les niega.

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