"Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 14).
El evangelio de Marcos es el primero que se escribió y es el más conciso. No tiene grandes discursos de Jesús ni cuenta muchas parábolas. Le interesa, sobre todo, destacar la vida cotidiana de Jesús, su actitud con los pobres y necesitados, las curaciones y la expulsión de los demonios.
Marcos resume así su mensaje: "Se ha cumplido el plazo", ya no hay que mirar hacia atrás. "Está cerca el reino de Dios", pues quiere construir un mundo más humano. "Convertíos", cambiad vuestra manera de pensar y de actuar. "Creed en esta Buena Noticia". Lo que pide Jesús es una manera nueva de ver la realidad, un cambio de rumbo, de mentalidad. Los discípulos, en la llamada que reciben "dejan la barca y a su padre y le siguieron".
La invitación que hace Jesús es a la "conversión". La conversión abarca a toda la persona, no sólo a las ideas. "Convertirse significará aceptar, entrando totalmente en él, el mundo de los juicios y de los valores de Jesucristo, la concepción de la felicidad y de las exigencias de la vida según Jesucristo: acoger en el propio interior una mentalidad nueva que es la de Jesucristo... (A. Liégé)
La conversión cristiana, la conversión al evangelio, es inseparable de la fe en Jesucristo. Por eso convertirse significa para los creyentes cambiar de raíz, cambiar la mente y el corazón, y comenzar a vivir con Cristo, como dice Pablo: "Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo el que vive en mí".
Convertirse es dejarse enseñar por el Maestro, seguir sus caminos. El hilo conductor es que ese camino del Señor no es otro que salvar al hombre, sacándolo de las obras del mal, incluso diría yo, de la trivialidad de la vida que tanto nos enajena y aliena, como quiere hacernos ver Pablo con su apremiante "vivir como si no....".
Convertirse es darse cuenta de que el Señor nos necesita, o quiere necesitarnos. Parece empeñado en que le echemos una mano (las redes en el caso de los apóstoles pescadores, y en el caso de Jonás su palabra profética). No podemos desligar la voluntad de Dios de la nuestra, porque si nosotros no queremos secundar sus planes, es que queremos afianzarnos en los nuestros, y esto ya se sabe lo que significa: caer en todo tipo de injusticia y maldad.
Quizás nunca como ahora, que podemos saber en tiempo real lo que sucede en todas partes del planeta, podemos calibrar lo que sucede cuando los hombres codician las riquezas: surgen las desigualdades, los conflictos armados, las matanzas, la pobreza, el mal en estado puro. Y en medio de este escenario, aún podemos escuchar las palabras de los hombres y mujeres de Dios anunciando como Jonás, Pedro, Juan, Pablo y Andrés, que hay que ser humildes, porque sólo la humildad nos sitúa dentro del orden de la voluntad de Dios que es un camino de ternura, de lealtad y misericordia para nosotros. Dios con nosotros y nosotros con Dios, lo podemos todo. Y es que como dice Pablo "la representación de este mundo se termina", que es tanto como decir en palabras de Teresa de Jesús, que "todo pasa". Aunque lo verdaderamente importante ni siquiera es eso, es que "sólo Dios basta". Y así tal parece que en Jesús, "les bastó" a Simón y Andrés, a Santiago y a Juan tanto como para dejarlo todo y seguirle.
Esta es la historia de todo cristiano: llamado en el Bautismo por Jesús, debe en algún momento de su vida comprender que él mismo es profeta y seguidor de Jesús, y distanciarse interiormente de las realidades de este mundo que pasa, teniendo como brújula "el desasimiento", palabra especialmente bonita y decidora, que Santa Teresa utilizó con énfasis para decirnos que nada debe preocuparnos tanto ni más, que nuestro programa cristiano. "Apeguémonos" a lo bueno, y vivamos en paz y alegría con Jesús, que siempre nos espera en Galilea, es decir en el triunfo de su vida que es nuestro propio triunfo.
Seguir a Jesús es vivir en un estado permanente de conversión, es decir, de creer en el evangelio.