OPINIóN
Actualizado 31/01/2015
Julio de la Torre

Una herramienta de concordia para una sociedad más equilibrada y armónica.

Tan antigua como el cristianismo, se llega a poner el ejemplo de Natán al Rey David como expresión de lo que es corregir y opinar acerca del otro desde el respeto y la sabiduría.

En nuestra sociedad de libertad de expresión lo somos en gran medida para hablar en nuestra  cabeza, es decir, para que lo haga nuestra mente, que es la que realmente se expresa con total libertad, si bien, como sabemos y demuestra la neurociencia, esta cháchara mental al que denominamos algunos "pensamiento loro" no es más que la expresión de todo lo contrario, es decir, los pensamientos por automáticos no son expresión de libertad, sino de inconsciencia, pues la inmensa mayoría son inconscientes. Y este mecanismo provoca que podamos analizar a los demás, ver sus "defectos" y no ayudarle a corregirlos, pues sencillamente, y esta es una creencia muy asentada, "no es mi problema".

Entre el "pensamiento loro" y el "no es mi problema" vamos por la vida como en peceras inconexas desconectado unos de otros sin decirnos nada y sin meternos en la vida de nadie, como diríamos y decimos como expresión filosófica de comportamiento.

Lo cierto es que la vida de cada cual es la vida de cada cual y que no hemos venido a esta mundo para salvar a nadie salvo a uno mismo. Pero este automatismo descrito anteriormente provoca que no actuemos cuando la conciencia manifiesta su deseo de actuar, cuando desde nuestro corazón se generan intuiciones y que a la postre, por no cumplidas, son el origen de sentimientos muy contractivos al ser expresión de mí pesar por no haber dicho o hecho nada ("tenía que habérselo dicho").

Para evitar estas últimas situaciones nació y se creó la "corrección fraterna" la manera amorosa de acercarse al otro para hacerle ver que su conducta le está haciendo daño a él y a los que le rodean. Es todo un arte. Pues requiere un valor especial y una finura en la formas y el uso del lenguaje propio de quien cultiva en su interior  una intención pura y amorosa.

Hace unos días en un Colegio de esta ciudad cuando se ha pretendido corregir la conducta de un grupo de alumnos una profesora ha descrito a los alumnos como "gilipollas". Esta manera de corregir evidencia una total y absoluta falta de armonía interior, de consciencia y de amor. Pero es que esta anécdota nos ocurre todos los días a todos en mayor o menor medida. Se nos disparan los automatismos que nos dominan y provocamos reacciones en vez de respuestas.

Nos pasamos la vida solicitando perdón y pidiendo disculpas por todos los comportamientos que como automatismos se desencadenan en nuestras vidas ante situaciones cotidianas que siempre tienen la misma expresión o coletilla: "no sé que me paso, lo siento". Ese "no sé" es la inconsciencia.

La "corrección fraterna" es una herramienta de consciencia, de voluntad, de amor y de compromiso con un mundo mejor. Aprender a emplearla debería ser una de las asignaturas obligatorias en educación de adultos, que es cuando se tiene la madurez que da la experiencia para acercarnos a los otros con la humildad que requiere y que otorga haber caído antes en el fango o la trampa ("?quien esté libre de pecado que tire la primera piedra?"). Y digo bien, en educación de adultos, pues creo sinceramente que los adultos del siglo XXI que son los que conozco debemos  volver a ser educados nuevamente desde la consciencia, debemos volver a la escuela a aprender actitudes que nos permitan desautomatizarnos, lo que algunos llaman "despertar". Siempre adelante. 

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