OPINIóN
Actualizado 29/01/2015
Alejandro López Andrada

En su pintura hay un amanecer que siempre vive dentro de un crepúsculo. La poesía en su paleta es cielo y musgo. Donde atardecen pájaros de viento y crecen las raíces sobre el agua de la inocencia. En medio del temblor de la amapola humilde, rodeado de hojas de chopo y vuelos de abubillas, el duende silencioso de Miguel nos introduce en el descubrimiento de esa Naturaleza virginal que sólo existe dentro de los niños. 

             Uno ha pisado, hace décadas, la luz de ese milagro hilado por el musgo que aparece en la hora matutina y ha resbalado en los troncos y ha saltado, como un centauro, entre las zarzas y las adelfas, sintiendo la caricia de las sombras, el beso luminoso de las hadas. Gómez Losada pinta como un ángel y en su pintura hallamos la ternura, el resplandor primero de la infancia. Su obra es poética, esbelta y esencial como el tenue dolor de una cometa dormida entre las nubes del verano.      

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