OPINIóN
Actualizado 24/01/2015
Jorge Moreno / El Norte de Castilla

Esta semana han sido triste noticia dos partidos de fútbol de categorías modestas. El Béjar-Ciudad Rodrigo de Regional y el celebrado en Alba de Tormes de la Provincial salmantina. Mientras el equipo local disputaba un encuentro con Unionistas de Salamanca C.F., un pequeño grupo de personas se dedicaba a increpar y agredir. En las noticias los han llamado "aficionados". Como aficionado de Unionistas que estaba viendo el partido desde el comienzo me niego a compartir calificativo con un atajo de indeseables que accedió al recinto pasado un cuarto de hora del pitido inicial y que directamente fue a lo suyo sin prestar atención al campo de juego. A buen seguro ni repararon en que Alba jugaba de amarillo o Unionistas de rojo. Eran otras sus motivaciones. Armar gresca. Resolver a golpes sus discrepancias. Dirimir por la fuerza sus diferencias. Coger el fútbol como excusa para desahogar sus ¿ideas?, ¿ideologías?

 

Como aficionado al fútbol ya estoy harto de estos parásitos que toman un deporte, un plan de ocio, un espectáculo no exento de pasión y de sentimientos, como su escaparate de notoriedad y su campo de batalla. No quiero para ellos esa libertad de expresión que les permite insultar a personas, a ciudades y naciones, a ideas y creencias, o a simples afectos deportivos del otro. Detesto las gradas pobladas de estética política, de banderas de países o regiones cuando juegan clubes deportivos. Me dan miedo las bengalas y las humaredas (aquella tarde en Sarriá). Recelo de las avalanchas y los excesos de aforo. Porque es posible pasar una tarde, o una mañana, disfrutando de un partido de fútbol. Ir con tu padre o llevar a tu hijo. Cantar y animar con ganas. Protestar una decisión arbitral. Presionar al rival desde el respeto. Viajar con los amigos a campo contrario y llevar tu bufanda o tu camiseta sin temor.

 

Jugadores y entrenadores tienen mucho que decir. Y que callar otras veces. Si se respetan como rivales y acatan los arbitrajes transmitirán un mensaje de deportividad y de sana competencia. La tensión del juego puede justificar algunas reacciones. La ducha después del partido ha de enfriarlas y pasarlas por el filtro de la serenidad. Sobre todo, en las categorías inferiores, donde no se forman jugadores de fútbol sino personas, que quizá no jueguen nunca en Primera pero sí acudirán a ver partidos, frecuentarán estadios, cultivarán la costumbre de ir a al fútbol, que nunca debiera dejar de ser sana y pacífica.

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