OPINIóN
Actualizado 22/01/2015
Agustín Domingo Moratalla

Después del atentado al semanario Charlie Hebdo, una ola de solidaridad invadió la opinión pública bajo con el lema "Yo soy Charlie". Esta solidaridad espontánea dejaba en un segundo plano la naturaleza de las sátiras o su contenido para mostrar la urgencia de salir en defensa de la libertad de expresión como uno de los principios básicos del mundo civilizado. Este calentamiento moral provocado por los atentados no debería transformarse en griposa fiebre que anula nuestra capacidad de juicio y proporciona un cheque en blanco al mal gusto. También ha llegado el momento de reconocer la razón que asiste a quienes se han identificado "Yo no soy Charlie Hebdo".
La polémica se ha encendido en las últimas horas con las declaraciones que el Papa Francisco ha realizado a los periodistas que le acompañaban en el vuelo de Colombo a Manila. Francisco ha pedido respeto a las creencias religiosas de los musulmanes y de todos los creyentes. Además de realizar una importante autocrítica por aquellas ocasiones en las que los cristianos han utilizado el nombre de Dios para matar, ha señalado que en nuestra civilización no sólo es importante la libertad de expresión sino la libertad de religión. Ha querido que los periodistas transmitan a la opinión pública mundial dos ideas. Primera, la legitimidad de las creencias religiosas en los espacios públicos democráticos y segunda la necesidad de incrementar la capacidad de juicio, de ponderar y de considerar los límites en nuestras expresiones espontáneas.
 
En los procesos de comunicación pública no todo está permitido, hay límites que regulan los hábitos de comunicación. Es difícil señalarlos, por eso, además de tener problemas para regular jurídicamente lo que en contextos de comunicación que afectan a las religiones llamamos blasfemias, es difícil regular incluso los piropos. En todo caso, es importante el autocontrol, la prudencia y la educación en el buen gusto para realizar un uso correcto de sátiras que pueden ofender las creencias religiosas. Unas ofensas que no sólo provocan malestar y agresividad sino que pueden hacer imposible la convivencia en sociedades abiertas.

No todas sátiras periodísticas son iguales, primero porque no todas tienen la misma calidad y segundo porque no todas merecen la misma estimación ética o estética. De la misma forma que la comunicación satírica nunca es un fenómeno inocente, tampoco debería ser un fenómeno irresponsable. No podemos considerar que faltar al respeto de las personas o de las creencias sagradas de quienes no piensan como nosotros, tenga la categoría de valor. Cuando una sátira chapotea en el mal gusto, acentúa los enfrentamientos sociales y provoca estúpidamente la violencia, no debería ser estimada. Entre una sátira sanadora o purgativa y una sátira hiriente u ofensiva hay un lúcido límite que deberíamos buscar.

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