OPINIóN
Actualizado 21/01/2015
Andrés Barés

           Jung, el discípulo de Freud, comparaba a la mente humana con un edificio de 20 pisos, en el cual la razón sólo ocupaba los dos últimos. Quizás sólo se refería a Occidente, pues en muchos lugares esos pisos parece que están vacíos, a juzgar por las actuaciones salvajes a las que asistimos últimamente en favor de tal o cual idea.

           El miedo es el origen de muchas de nuestras debilidades. Por el miedo nos ponemos a la defensiva y nos escondemos tras una imagen prefabricada, a veces arrogante y orgullosa. Normalmente, las personas que parecen muy fuertes por su arrogancia, su soberbia y orgullo esconden sus temores bajo esas pantallas. Una persona que no tiene miedo, no tiene que demostrar nada y es muy  humilde, no genera conflictos o violencia, y nadie le teme. Es una persona cordial y amiga de los demás porque se conoce a sí mismo y sabe que nadie le puede quitar lo más importante, su propia autoestima, felicidad y capacidad de amar.

          Cuando controlamos nuestra mente, fortalecemos nuestro intelecto y aprendemos a no tener miedo. En definitiva aprendemos a no tener que justificar, defender ni demostrar nada. El sol no tiene que demostrar que es luminoso. El sol existe y sigue brillando.

            La conciencia es una energía que tiene un gran poder. Sin embargo, no puedes tocarla físicamente, aunque influye en lo físico. Si tenemos conciencia de tener miedo, la respiración cambia y si tenemos conciencia de estar relajados o felices, nuestra respiración mejora. Ese poder de la conciencia sobre el cuerpo, que surge de nuestro ser consciente, hay que aprovecharlo para dar y compartir, y para a su vez llenarnos desde fuera y hacernos todavía más fuertes con la proyección positiva de los demás hacia nosotros. Cuando nos sentimos estables, no sólo no tenemos miedo sino que transmitimos paz a nuestro alrededor y ayudamos a eliminar los miedos de los demás sin necesidad de imponer ninguna idea.

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