OPINIóN
Actualizado 19/01/2015
Ferenando Segovia

No todo ha de ser temas trascendentes. Los humanos estamos hechos desde la proximidad, aunque una educación esmerada puede convertir en realidad aquello que constató Leibniz: que dentro de cada uno de nosotros habita el Universo entero y que no solo somos tiempo sino también eternidad.

Pero la eternidad, el Dios de quien daba testimonio Teresa de Jesús, o la Trascendencia de la que hablan algunos filósofos y místicos, o eso difuso de la 'espiritualidad', se vive en la vida cotidiana ?entre los pucheros, Teresa dixit- o no se vive. O se vive de modo inauténtico, hipócrita, instalándose algunos en ello como en una coraza para defenderse de la plebe y no contaminarse con ella, que siempre ha habido mucho conocedor de sabidurías escondidas y reservadas solo para unos pocos privilegiados, que gnósticos hay desde hace mucho y ahora abundan sobremanera.

También se da el caso, muy propio de movimientos revolucionarios, sean del signo que fueren ?fascistas, nazis, leninistas, troskistas, burgueses, neoliberales, podemistas y otros muchos istas-, de una incoherencia grande entre la revolución que se construye y la vida privada que se conserva, pues uno podría hacer lo que le diera la gana con tal de hacer avanzar la revolución. Algún defensor conocí yo de la dictadura del proletariado que no tenía dada de alta en la Seguridad Social a la empleada de hogar o algún cristiano partidario radical de la teología de la pobreza que explotaba a sus subordinados porque, según él,  todos tenemos obligación de trabajar como voluntarios por el Reino de los Cielos.

La postura cristiana, a mi modo de ver, es bastante incómoda, como incómoda debió resultarle a Jesús de Nazaret la Encarnación, que más cómodo debe ser ser Dios solitario allá arriba en su cielo. No debe haber separación entre alma y cuerpo, entre fe y vida, entre principios y hechos o, puestos en la ultramodernidad, entre lo virtual y lo real. La modernidad nos ha puesto difícil entrar en la sustancia, o sea en la conciencia y en las motivaciones últimas del prójimo, pero hay ejemplos concretos que nos permiten al menos sospechar por donde va el alma de cada uno. Por ejemplo, dime como aparcas y te diré cuáles son tus principios; si dejas tres metros libres por delante y dos metros y medio por detrás, podrás salir sin dificultad del aparcamiento, pero alguien sospechará que eres un egoísta o un despistado, que no estás en la pista del prójimo necesitado de espacio vital de aparcamiento. Y si sales de un funeral o del cine y te quedas charlando con los amigos en la puerta taponando la entrada ¿será ilegítimo pensar que andas escaso de espíritu cívico? Estos y otros muchos ejemplos deberían ayudarnos a hacer examen de conciencia de nuestra espiritualidad y nuestra ciudadanía. Y este tipo de comportamientos se contagia a los más jóvenes o a los inmigrantes procedentes de otras culturas. Una cosa es predicar y otra dar trigo. Y por nuestros frutos nos conocerán.

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