OPINIóN
Actualizado 18/01/2015
José Luis Puerto

El futbolista ecuatoriano Felipe Cacuedo lleva una lágrima tatuada bajo uno de sus ojos para no olvidar nunca sus orígenes humildes

A veces, desde el mundo del fútbol profesional, nos llegan historias que se apartan de ese oscuro ámbito de intereses y dineros superlativos; historias que se acercan más a lo humano verdadero, a ese fulgor que habita en quienes no han desconectado el interruptor de esa humanización tan necesaria para que el mundo tenga sentido.

            En una última eliminatoria de la copa del rey, el Español eliminó de modo inesperado al Valencia. El autor de los goles fue el futbolista ecuatoriano Felipe Caicedo. Un periodista radiofónico lo entrevistó de noche.

            Y ese futbolista "de color" (según un muy utilizado eufemismo, que no es capaz de devolver la dignidad a quienes así llamamos, para lavar acaso nuestra mala conciencia), cuyo nombre escasamente retendrán algunos niños, porque posiblemente nunca llegará a ser estrella, ni Messi, ni Cristiano Ronaldo..., ese futbolista ecuatoriano resulta que lleva una lágrima tatuada bajo uno de sus ojos.

            ¿Por qué? ?trataba de sonsacarle el periodista. Caicedo, tratando de proteger la intimidad de sus convicciones, no llegó a contestarle. Pero el periodista terminó desvelándolo. El ecuatoriano vivió una niñez muy difícil en su Guayaquil natal, en ámbitos de exclusión; algo que él nunca ha olvidado, pese a que en este caso el fútbol lo rescatara de tal infierno.

            Y él, como uno de esos justos que ?según la leyenda judía? sostienen el sentido del mundo, nunca ha olvidado su origen y devuelve buena parte de lo que la vida le ha dado en una ayuda ?a través de una fundación, acaso? a los niños excluidos de su ciudad natal.

            Y esa lágrima tatuada, esa lágrima que llora por todos los males del mundo, esa lágrima de la conciencia, de la humanización que no se borra ni se olvida, es, hoy, más necesaria que nunca.

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