OPINIóN
Actualizado 15/01/2015
Enrique de Santiago

 La esquizofrenia que estamos viviendo, como consecuencia de la matanza que el islamismo radical ha cometido en Francia, resulta preocupante. El islamismo radical parte de la tesis de que aquellos que perjudican o agraden a los hermanos musulmanes deben de ser defendidos hasta la muerte por los "santos" que alcanzarán el cielo repleto de mujeres a su servicio.

 

La barbarie terrorista no se diferencia con las actuaciones que hemos vivido hasta el presente de manos de los etarras que apuntillaban a sus víctimas en el suelo, al igual que el policía muerto en Francia, y clamaban por la independencia de igual forma y manera que, ahora, en París se clamaba por la defensa del Profeta.

 

Sorprendentemente, en el país vecino la unión ha sido la forma de contestación y la repulsa al asesinato algo común entre los ciudadanos; mientras que, aquí, aún hay quien comprende la actuación de los asesinos, les da cobertura e incluso considera patriotas vascos.

 

El mayor de los problemas es que, además, en esta España nuestra, hay fuerzas políticas que, como los islamistas radicales, consideran que la violencia política es admisible como defensa contra el sistema que perjudica o arremete a los ciudadanos y, estos, en lugar de repudiar esas fórmulas y exigir que todos, absolutamente todos, defiendan la paz y repudien la violencia, están dispuestos a concederle su voto, según las encuestas, de forma mayoritaria.

 

Me preocupa no que gane uno u otro partido político, sino que exista un nutrido grupo de ciudadanos que esté dispuesto a admitir que la violencia es un arma política legítima en una democracia y en una sociedad civilizada y que puedan existir personajes a los que se les pueda suponer un alto nivel de preparación intelectual que retrocedan en el tiempo y nos lleven a tiempos que todos considerábamos superados.

 

En una sociedad que repudia la violencia, venga de donde venga, no se comprende que se admita la imposición de las ideas, de los planteamientos políticos y la acción social desde la violencia, desde la amenaza, desde la fractura de la Ley.

 

Qué más me da que me corte la cabeza un islamista radical, que sigue viviendo en el siglo XVIII, o que lo haga otro radical, que guste de igual siglo en la aplicación de la guillotina. Al final, volvemos al pasado y yo, tú, él, nosotros? perdemos la testa.

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