OPINIóN
Actualizado 15/01/2015

Los últimos acontecimientos han vuelto a recordarnos que la violencia nunca es buena y siempre es injustificable. También han servido para darnos cuenta del vértigo de la realidad y de lo rápido que parecen olvidarse las noticias: lo que hasta antes de ayer era ébola y ayer corrupción, hoy casi ya sólo es terrorismo yihadista... y como lo que no aparece en los medios no existe, pues ahí seguimos.

Estos días se han suscitado debates interesantes sobre la libertad de expresión y si todo vale a la hora de ejercerla o coartarla y defenderla o reivindicarla: desde la nueva ley de seguridad del Gobierno hasta las declaraciones del actor Willy Toledo, pasando por la foto triunfal de algunos cínicos mandatarios en favor de la libertad de expresión: nada es blanco ni negro del todo pero hay una fina delgada línea roja que al menos el sentido común debería invitar a no traspasar, y es la que va del humor a la mofa, de la crítica al insulto, de la justificación al delito...

Escuché en América una leyenda que habla de la convivencia y del miedo, que me ha venido a la mente estos días y que Paulo Coelho también la refleja en su libro Maktub, de donde la recojo para ser más textual.

Cuenta que en una ciudad todos eran felices. Sus habitantes hacían lo que querían y se entendían bien, menos el alcalde, que vivía triste porque no había nada que gobernar: la prisión estaba vacía, los juzgados nunca se utilizaban y la notaría no tenía trabajo porque la palabra valía más que el papel.

Un día, el alcalde contrató trabajadores de otras ciudades que cerraron con vallas el centro de la plaza principal; se oyeron martillos golpeando y sierras cortando madera. Al cabo de una semana, el alcalde invitó a todos los ciudadanos a la inauguración. Solemnemente, las vallas fueron retiradas y apareció... una horca.

La gente comenzó a preguntarse qué hacía allí aquella horca. Con miedo, empezaron a acudir a la justicia para cualquier cosa que antes se resolvía de común acuerdo, recurrían al notario para registrar documentos que antes eran sustituidos por la palabra y volvieron a escuchar al alcalde por miedo a la ley.

La leyenda dice que la horca nunca fue usada. Pero bastó su presencia para cambiarlo todo.

El miedo, por tanto, también es libre, pero no soluciona nada.

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